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¿Quién se inventó la misa?

En sus homilías, frecuentemente el Santo Padre Francisco presenta dos instrumentos magníficos que Dios nos da para ser felices y para poder salir adelante de cualquier situación que se nos presente: la Palabra de Dios en la Biblia, y la Palabra de Dios en la Eucaristía…. Curiosamente, esas dos expresiones también las utilizamos para referimos a las dos partes de la Misa: La primera parte la llamamos “Liturgia de la Palabra” y la segunda “Liturgia de la Eucaristía”- ¿Pero quién se inventó eso? ¿Dónde dice en la Biblia que así debe dividirse la misa?

Antes de dar respuesta a esta súper pregunta, te pido que consideres tres puntos fundamentales para poder extraer de los textos de la Biblia los datos que la doctrina católica nos enseña:

  1. La Biblia fue escrita por Dios para todos los hombres, de todos los tiempos, bajo cualquier circunstancia histórica y de cualquier cultura. De modo que también estás incluido tú.

  2. Los textos bíblicos fueron escritos a lo largo de unos 2000 años, en pueblo semita – oriental, por lo tanto hay que “estudiarlos” para extraer de ellos el mensaje que Dios ha querido entregarnos.

  3. Por eso la Biblia no puede leerse “al pie de la letra”. El oficio de interpretar fielmente las Escrituras lo depositó Jesús en la Iglesia. En eso nos diferenciamos con nuestros hermanos cristianos protestantes, ellos tienen el principio de “libre interpretación”, nosotros tenemos la bendición de que la Iglesia nos la entrega, siempre bajo la conducción del Espíritu Santo y con la mirada puesta en Jesús que nos lleva al Padre.

Los que formamos parte de la Iglesia Católica Apostólica Romana, creemos que ella nos enseña lo que Jesús hizo y dijo, y que nos fue transmitido por los apóstoles y los primeros cristianos, testigos oculares de la vida de Jesús.

Y uno de los recuerdos que nos transmitieron los Apóstoles, nos puede dar una idea de cómo unas palabras de Jesús anticipaban lo que hoy estamos tratando:  El recuerdo al que me refiero es la aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús.

Posiblemente hayas leído o escuchado esa narración del Evangelio de san Lucas. Pero sería bueno hoy retomarla a la luz del tema que queremos tratar. (Lc 24, 13-33)

El relato sucede el domingo de Pascua, el día de la resurrección de Jesús. Era ya el medio día, cuando dos de los discípulos de Jesús, venían de regreso de Jerusalén tristes por el camino. ¿Por qué venían tristes? Porque habían puesto sus esperanzas en que Jesús de Nazaret, que acababan de ver morir crucificado, sería el Mesías que Dios les enviaba para liberarlos.

¿De qué querían ser liberados los discípulos de Jesús, judíos del siglo I? ¡Pues de la opresión de los romanos, del culto imperial al César y de las injusticias que sufrían en sus manos!

Pero, ¿por qué pensaban que eso debía hacerlo el Mesías? Porque ellos conocían las Escrituras, sabían que Israel era el pueblo elegido por Dios, al que Dios le hizo unas promesas: un día, Dios establecería su reinado en la tierra, en la ciudad de Jerusalén, y gobernaría a todas las naciones desde ahí a través de su Mesías; ya no habría más opresión para los israelitas, sino que todos los pueblos rendirían culto al Dios de Israel.

En síntesis:

Los judíos esperaban que Dios estableciera su reinado en la tierra, que éste fuera gobernado por el Mesías y que Israel fuera el ombligo del mundo.

Los discípulos que regresaban de Jerusalén a Emaús esperaban ese Mesías, pero ¿qué habían visto sus ojos hacia tres días? Que Jesús, a quien ellos consideraban el Mesías liberador, había muerto en una cruz, no los había liberado, y con ello quedaba aniquilada su esperanza. Por eso venían tristes.

Pero en el camino, nos cuenta san Lucas, que se les apareció Jesús, que como ya no pertenecía a este mundo sino que estaba resucitado, no es fácil de reconocer. Y haciéndose el encontradizo,, les pregunta cuál es el motivo de su tristeza. Ellos le respondieron que habían perdido la esperanza de que Jesús de Nazaret fuera el Mesías esperado.

Aquí empieza lo verdaderamente interesante. Jesús, dice san Lucas, “empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les fue explicando lo que decían de él todas las Escrituras” (Lc 24,27). ¿Para qué haría eso? Para enseñarles que para poder CONOCER en profundidad quién es Jesús, cuál es su misterio, cuál es su misión según el plan de Dios, es necesario conocer las ESCRITURAS.

¿Qué sucede en la primera parte de la Misa?

Se nos leen los textos del Antiguo Testamento (llamados por los judíos: La Ley de Moisés y los Profetas), textos del Nuevo Testamento y los Evangelios, para irnos introduciendo en el misterio de Jesús, el Hijo de Dios, su Palabra eterna que se hizo hombre. De modo que podrás comprender por qué a la primera parte de la Misa le llamamos “Liturgia de la Palabra”, ya que en ella se nos da a conocer Dios por medio de su Palabra. Y así nos va preparando bondadosamente, para la segunda gran parte: “La Liturgia de la Eucaristía” en la que nos encontramos con ese Jesús anunciado y lo recibimos dentro de nosotros.

¿Estaría también esa segunda parte escondida en el relato de los discípulos de Emaús?

¡Claro! No hay que hacer más que seguir leyendo el relato del evangelio.

Lucas nos cuenta que conforme Jesús les enseñaba su propio Misterio partiendo de las Escrituras, los discípulos se iban interesando, “empezaba a arder su corazón”, porque Jesús les mostraba una manera nueva y diferente de leer la Palabra de Dios.

Cuando llegaron a su destino, invitaron a Jesús a “una cena” con ellos. Y en esta cena, Jesús repitió los gestos que había introducido el Jueves Santo en la cena que llamamos de “la institución de la Eucaristía”: se sentó a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición y se los repartió.

¿Te vas dando cuenta de cómo éstos gestos los repite también el sacerdote en la “Liturgia de la Eucaristía?

¡Es una maravilla!, tenemos la oportunidad de vivir nuestro Emaús con Jesús cada vez que asistimos a Misa, porque cuando lo hacemos, hemos sido convocados por Él. Él mismo nos sale al encuentro en cada Misa, y se nos revela en su Palabra, y Él mismo se nos da en su Cuerpo y en su Sangre Eucarística.

¿Qué te pide a ti para regalarte todo eso?

Nada. ¿Qué tuviste que hacer para ser beneficiario de tan grande regalo? Solamente una cosa: “CREER” que Dios te ama y que envió a su Hijo al mundo para ofrecerte la salvación definitiva, abrir tu corazón y recibir los dones que Dios quiere darte a través de su Palabra y de la Eucaristía.

¿Cuál fue el desenlace? ¡No más tristeza! ¡Ahora solamente hay espacio para la esperanza y la alegría en los discípulos! ¿Por qué? ¿Cómo lo sabemos? Porque una vez que se encontraron con Jesús, corrieron a dar una buena noticia: Jesús no está muerto, está resucitado y nos sale al encuentro.

¿Será por ello que el Papa Francisco nos invita a leer la Palabra de Dios y acudir a la Eucaristía para poder encontrarnos con Jesús vivo?

Ahora, ve a misa con unos nuevos ojos y busca a Jesús que quiere salir a tu encuentro en su Palabra y en la Eucaristía.

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