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¿Se puede ser católico y New Age?

¿Qué es el New Age? ¿Es compatible con la fe católica?

Todos hemos escuchado el término New Age. Es probable que muchas personas puedan identificar una creencia o práctica considerada New Age, pero posiblemente no pueda explicar con palabras lo que este término significa. Aunque algunas prácticas del New Age puedan parecer inofensivas, hay veces que algunos de sus planteamientos pueden estar en conflicto con el catolicismo.

El New Age no es una religión ni un movimiento uniforme u organizado. Realmente es un sincretismo (combinación de creencias) de elementos esotéricos y seculares. Incluye creencias de distintas prácticas antiguas, tanto orientales como occidentales, como la cábala, el gnosticismo, la astrología, el budismo zen, el yoga, el reiki, el Feng Shui, los chakras, la acupuntura, la homeopatía, la herbolaria, la meditación, el culto a la Madre Tierra o Pachamama, las terapias de reencarnación, etc. Además, se expresa de distintas maneras: música, cursos, retiros, terapias, ejercicios, etc. Cabe mencionar que la mayoría de la gente que se siente atraída por el New Age no conocen los planteamientos filosóficos que tiene detrás y son sólo consumidores ocasionales de ciertas prácticas. A continuación voy a explicar la filosofía que está detrás de muchas de sus formulaciones y analizar si son o no compatibles con el catolicismo.

El origen del New Age

El término New Age se popularizó en los años 60, cuando se profetizaba que la era astrológica de Piscis estaba a punto de terminar, e iba a comenzar la “nueva era” de Acuario. En la era de Acuario supuestamente la humanidad iba a ser iluminada y no habría más guerras ni desigualdad, ya que todo el mundo trascendería sus diferencias y estaría unificado bajo un gobierno global y una religión planetaria, en perfecta armonía con la naturaleza.

Las motivaciones para el surgimiento del New Age se pueden resumir en dos causas: la insatisfacción con la religión organizada y el rechazo a la modernidad. Existe una queja contra la religión organizada, porque a juicio de algunos no ha logrado responder a las necesidades espirituales, y se ve como una cosa del pasado. Se ve a la religión como una tradición y una autoridad extrínseca que no da plenitud. Aunque cada vez más el hombre moderno se sienta solo, paradójicamente siente también cada vez menos la necesidad de pertenecer a una institución o a una comunidad.

Por otro lado existe también una crítica al materialismo y consumismo de la sociedad moderna. La ciencia y la tecnología no son capaces de satisfacer la búsqueda de significado, y la vida sin un sentido espiritual se termina sintiendo como una opresión. Una visión racionalista lleva a una concepción del mundo pesimista, mecanicista, llena de competitividad, y a una visión “aburrida” del universo como una máquina sin mística. La revolución científica y el racionalismo fragmentaron a la realidad y al hombre en sus partes y sistemas. Si tienes problemas con el corazón vas al cardiólogo, y si no ves bien vas con el oftalmólogo, ¿pero quién ve a la persona completa como un todo? Es por eso que también se rechaza a la medicina científica “alopática” por una medicina “holística”, que considera al hombre como un todo.

Es curioso cómo el New Age —que de “new” no tiene nada porque se trata casi siempre de prácticas pre-cristianas— surge como consecuencia de la crisis de la modernidad. La pérdida de confianza en los antiguos pilares de la sociedad llevó a un regreso a una espiritualidad cósmica. San Juan Pablo II reconoció que en el New Age había una tendencia cultural con aspectos positivos, como la «búsqueda de un nuevo significado de la vida, una nueva sensibilidad ecológica y el deseo de superar una religiosidad fría y racionalista».

“Muchos piensan que la religión cristiana ya no les ofrece –o tal vez nunca les proporcionó– algo que necesitaran realmente. La búsqueda que con frecuencia conduce a una persona a la Nueva Era es un anhelo auténtico: de una espiritualidad más profunda, de algo que les toque el corazón, de un modo de hallar sentido a un mundo confuso y a menudo alienante. Hay algo de positivo en las críticas que la Nueva Era dirige al «materialismo de la vida cotidiana, de la filosofía e incluso de la medicina y de la psiquiatría; al reduccionismo, que se niega a tener en cuenta las experiencias religiosas y sobrenaturales; a la cultura industrial de un individualismo desenfrenado, que inculca el egoísmo y se despreocupa de los demás, del futuro y del medio ambiente».” –Jesucristo portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era”, Consejos Pontificios de la Cultura y para el Diálogo Interreligioso.

El problema no está en lo que se busca. Al final pone en evidencia que el hombre es naturalmente religioso y siempre va a buscar algo que satisfaga esta necesidad. Sin embargo, el problema está en las respuestas que propone el New Age.

La filosofía detrás

Según el New Age, los problemas emocionales, e incluso los problemas de salud, son causados por energías o vibras negativas. La respuesta a la negatividad es el amor, pero no el amor cristiano que tiene que traducirse en acciones, sino una actitud de la mente y de percepción. El amor es “energía”, una “vibra”. El secreto de la felicidad y de la salud está en expandir la propia conciencia para sintonizar con el universo y encontrar el propio lugar dentro de él.

La espiritualidad New Age es una experiencia interior de armonía y unidad con el cosmos, que sana los sentimientos propios de imperfección. Nuestro máximo potencial humano se logra entrando en contacto con nuestra divinidad interior. Dios y nuestra sanación están dentro de nosotros mismos. Podemos llegar a este estado de iluminación guiados por un instructor o chamán y mediante una técnica de meditación o alguna forma de inducción de estados de conciencia armoniosos. No se reconoce una autoridad espiritual más allá de la conciencia personal interior ni se necesita una revelación que venga del exterior.

La naturaleza es un ser vivo interconectado, un todo orgánico. Las distinciones que hacemos entre las personas y las cosas son una mera ilusión, ya que el universo es un todo conectado. En resumen, el New Age consiste en prácticas espirituales antiguas u orientales importadas que se reinterpretan y se adaptan a una cosmovisión posmoderna.

¿Compatible con el cristianismo?

Una de las principales diferencias entre la cosmovisión New Age y la cristiana está en la naturaleza de Dios. Para el cristianismo, Dios es un ser personal, espiritual y trascendente, que está fuera del universo y se nos revela en la historia. En cambio en el New Age, Dios es una energía impersonal, inmanente, panteísta, que es uno con el universo y del cual nosotros formamos parte. La identidad de cada ser humano no es única, sino que se diluye en el Ser universal y en un ciclo eterno de reencarnaciones. Jesús de Nazaret no es “el Cristo”, sino “un Cristo”, un sabio más entre miles de iluminados. Sin embargo, como católicos sabemos que para que haya verdadero amor, tiene que haber “otro”, una persona diferente. La unidad no está en la negación de la distinción, sino en la capacidad y libertad de personas de aceptar o no el don del amor mutuo y lograr la comunión.

Uno de los grandes peligros del New Age y de la meditación oriental es el caer en un narcisismo espiritual. Su “trascendencia” es realmente auto-trascendencia. El sumergirse en sí mismo puede llevar a una espiritualidad que es una mera reflexión autorreferencial y egocéntrica. Mediante las buenas vibras y las experiencias de armonía se trata de encontrar la propia verdad en función del bienestar. Dado que Dios es una energía que está dentro de uno mismo, se termina convirtiendo en un culto a sí mismo. Existe en el New Age una tendencia al individualismo y a aplicarse la mercadotecnia a los fenómenos religiosos. Esto hace que el New Age no sea cristiano, pero en estricto sentido tampoco se puede decir que sea budista, porque no implica la negación de sí mismo.

El New Age confunde los fenómenos psíquicos como si fueran lo mismo que la sabiduría. Busca experimentar estados de conciencia con sentimientos de armonía y fusión con el universo. La mística no es un encuentro con el Dios trascendente, sino la experiencia de volverse sobre sí mismo y sentir tranquilidad. El objetivo de las técnicas de meditación es reproducir estos sentimientos. El sumergirse en la propia alma para encontrar la verdad, es un intento de elevarse hasta la divinidad por medio de los esfuerzos propios. No todos somos capaces de realizar estas técnicas ni de tener un chamán que nos lo enseñe, así que la trascendencia queda restringida a una minoría privilegiada de iluminados.

Al contrario, la esencia del cristianismo es que Dios se abaja hacia los humanos, especialmente a los que son más humildes y pequeños según criterios mundanos. La vida mística no es una técnica, sino un don inmerecido y gratuito de Dios. En la oración cristiana se pueden aplicar técnicas de relajación mediante medios externos como el silencio, la respiración y la postura para conseguir un estado de quietud, pero es simplemente un medio para comunicarse con un Dios que nos trasciende y el cual puede prescindir de estos medios para comunicarse con un alma. Las emociones pueden estar o no presentes al orar; ellas no determinan el valor ni el fruto de una meditación. Como sabemos de sus cartas, la Madre Teresa de Calcuta estuvo años sin sentir consuelo alguno en la oración, pero eso no la hizo menos santa. El silencio interior no es el fin, sino el medio y condición para entrar en un diálogo de amor con la divinidad. Este encuentro con Dios nos debe llevar a hacer Su voluntad y a tener una solidaridad más auténtica con el prójimo: ¡a salir de nosotros mismos!

Un cristianismo relevante

Una vez San Juan Pablo II les dijo a unos obispos que «los pastores deben preguntarse sinceramente si han prestado suficiente atención a la sed del corazón humano en busca del “agua viva” que solo puede dar Cristo nuestro Redentor». Si tanta gente busca formas alternativas de espiritualidad, probablemente sea porque en la Iglesia no se les ofreció una forma madura de oración. De niños se nos enseñó a repetir oraciones vocales como el Padre Nuestro y el Ave María. Sin embargo, si a la gente no se le ofrece una espiritualidad que responda a sus necesidades adultas, van a buscar satisfacerlas en cualquier otro lugar. La Iglesia tiene una tradición enorme de místicos que nos pueden enseñar a rezar: Santa Teresita de Lisieux, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Francisco de Sales, Santa Teresa de Calcuta, Jacques Philippe, el Padre Pío, etc. Es hora de empezar a practicar un cristianismo que verdaderamente sea relevante y tenga impacto en nuestras vidas, centrado en la Eucaristía y que tenga una repercusión real en nuestro día a día y en las acciones que tomamos con el prójimo y el medio ambiente. Sólo así se puede llegar a sentir la plenitud de la vida cristiana.

Conclusión

Decía el poeta Cammaerts que “cuando los hombres dejan de creer en Dios, no significa que ya no crean en nada, sino que se vuelven capaces de creer en cualquier cosa”. Entre católicos, hay diferentes opiniones con mayor o menor grado de conservadurismo sobre las múltiples prácticas que se consideran New Age. Mi opinión personal es que si te gusta hacer yoga como ejercicio, encender velas aromáticas para relajarte o escuchar música de Enya, no tiene nada de malo que lo hagas, siempre y cuando esto no te impida tener una verdadera espiritualidad cristiana, que te haga trascender y salir de ti mismo. Después de todo, el verdadero acuario —portador del agua de la vida— ya vino hace 2000 años a saciar nuestra sed (Jn 4,6-15).

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