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María ¿le damos culto?

Este es el tercer artículo de una “mini-serie” sobre la Virgen María, si no has leído los anteriores, aquí te los dejo: María, ¿Limpia de pecado? Y María, ¿Virgen?

Para cerrar estas reflexiones Marianas, te invito a que decidamos juntos si es cierto eso que muchos de los protestantes piensan sobre el catolicismo que da “culto” a la Madre de Jesús. Para todos tener el mismo entendimiento empecemos por definir la diferencia entre culto y veneración según la RAE.

  1. Culto: honor que se tributa religiosamente a lo que se considera divino o sagrado.

  2. Venerar: respetar en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo que representa o recuerda.

Luego surge otra interrogante, ¿por qué le hacemos estatuas a la Virgen? Cuando se supone que sabemos que a Dios no le gustan los altares para otras imágenes. Si no me creen, los invito a leer el episodio del becerro de oro, cuando Yahvé sintió ira contra el pueblo infiel y Moisés lleno de enojo rompe las tablas de piedra donde estaban escritos los 10 mandamientos. En el libro del Éxodo está muy claro: “No tendrás otros dioses fuera de mí” (20,5).

Lo que sucede es que sabemos que no toda imagen -ya sea cuadro, foto o estatua- tiene la característica de ídolo o deidad. El mismo Dios ordena que se construyan figuras de querubines para acompañar el Arca de la Alianza (Ex 25, 18) y hasta una serpiente de bronce para Moisés (Num 21, 8).

Desde mi perspectiva, Dios se muestra a favor de las figuras construidas por hombres, porque son imágenes que acompañan su grandeza y sirven como “reflectores” para hacer que volteemos a ver su inmensidad. Así nuestras estatuas dentro de las iglesias, sirven para que a lo largo del camino encontremos ejemplos, modelos a seguir y una mano de ayuda para llegar a la meta común de todos los cristianos: la vida eterna, el gozo sin fin que Jesús nos ha preparado en el cielo.  

Ahora ya sabemos que cuando vemos a María o algún santo levantados sobre las repisas de las iglesias católicas, no estamos construyendo altares para adorar a muchos dioses, más bien, estamos elevando a aquellos que han sabido seguir la voluntad de Dios y con su vida le han glorificado. Y qué mejor candidata para poner en lo alto, a la vista de todos los creyentes, que aquella mujer a la que el mismo Ángel Gabriel llamó “llena de gracia”.  (Lc 1, 28)

Veneramos a María

Lo hacemos por sus virtudes e incluso existen oraciones donde hablamos de sus cualidades porque queremos tenerlas presentes como guía de nuestras acciones. Por ejemplo, tenemos la tradición de contemplar los misterios de la vida de Cristo en el rezo del Rosario, recitamos el Magníficat buscando imitar su modo de dar alabanza a Dios; hacemos una petición a Dios por la salvación de María en la “Salve” y hasta cantamos canciones donde nos imaginamos lo que sería el Diario de María.

Damos reconocimiento

Por último quisiera recalcar que este fenómeno de dar reconocimiento y honores a quienes han alcanzado grandeza y virtud no es algo novedoso que los católicos nos hayamos inventado. Es una tradición que desde las escuelas griegas se daba, pues al reconocer a los discípulos que habían sobresalido en su entendimiento de la verdad, reconocían también a su Maestro.

Por ejemplo vemos la cadena de sabiduría que pasó de Sócrates a Platón, y luego a Aristóteles. Esta misma descendencia de honor la podemos comparar a la de aquellos a quienes la Iglesia Católica ha canonizado (nombrado como santos). Cada hombre y mujer que se ha declarado como santo, cuenta con una historia de constante esfuerzo por ser digno representante de la Buena Nueva proclamada por El Maestro Jesús.

Para un fiel católico el hecho de venerar a María no debería implicar quitarle el tiempo de adoración a Dios, sino más bien, tendría que implicar que a través de la contemplación de la vida de la Virgen se llega directamente a la comprensión del amor de Dios. Las historias de la vida y obras de la Madre de Jesús no hacen más que acercarnos a Él y ayudan a dibujar con más claridad la forma de alcanzar nuestra semejanza con el Hijo del Hombre quien en vida claramente expresó: “aprendan de mí que soy paciente y humilde de corazón”. (Mt, 11,29)

Así damos por concluida esta serie sobre María, déjame tus comentarios para seguir construyendo juntos este espacio de reflexión y crecimiento espiritual. Recuerda que si te sirvió esta breve reflexión puedes encontrar más en la sección de Explore y que siempre nos puedes recomendar con quienes sepas necesiten un poco de fuego en su interior.

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