El feminismo es un tema muy actual. Al menos son tres los hechos recientes que me han llamado la atención. El 8 de marzo, día internacional de la mujer, se organizaron grandes huelgas feministas en diversos países. En mi país natal ha comenzado a propagarse el movimiento #MeToo, con el que centenares de mexicanas están denunciando la violencia machista y el acoso sexual. Y el Papa Francisco levantó algunas ampollas cuando comentó en febrero, ante muchos obispos, que «todo feminismo termina siendo un machismo con faldas».
Algo de historia del feminismo
Por lo visto la cuestión femenina sigue siendo un tema sensible. Existe una larga historia y he querido comprenderla mejor. Leo que se habla de tres o hasta cuatro olas de movimientos feministas. En general comparto que sus primeras reivindicaciones, entre los siglos XIX y XX, sí eran justas y necesarias: educación, trabajo y política. Las siguientes, impulsadas por la revolución sexual de 1968, no: liberación sexual, anticoncepción, aborto o rechazo de la maternidad. Y el feminismo más actual y dominante, diluido con la ideología de género, me parece contradictorio además de pernicioso.
Visión cristiana
La visión cristiana siempre ha postulado la igualdad fundamental entre mujeres y hombres. Sin embargo, algunos lemas de muchas manifestaciones feministas suelen ser anticlericales:
«Vamos a quemar la conferencia episcopal por machista y patriarcal», «fuera sus rosarios de nuestros ovarios», «la única iglesia que ilumina es la que arde», «yo no salí de tu costilla y tú sí saliste de mi útero»…
Subyacen estos tópicos: la Iglesia es misógina y patriarcal, su doctrina ha perpetuado la inferioridad de las mujeres. Al margen de la ideologización, ¿qué hay de verdad en las reivindicaciones feministas?
Un par de opiniones
Reconozco que la cuestión es compleja. Buscando diversas opiniones, conversaba con dos señoras italianas, católicas fervientes. Les pregunté qué opinaban del papel de la mujer en la Iglesia. Una me respondió: «La Iglesia en teoría no es machista, pero en la práctica todavía lo es». La otra decía: «Sí, tenemos que reconocerlo, la Iglesia es machista y necesita integrar a la mujer». Tales afirmaciones me extrañaron. Una de las señoras aducía como ejemplos la poca presencia femenina en las universidades pontificias romanas o el hecho de que las monjas no hubiesen podido votar en el pasado sínodo de los obispos. Ciertamente esos casos particulares tienen su explicación: esas universidades ofrecen sobre todo disciplinas eclesiásticas y, por tanto, la mayoría de los estudiantes son sacerdotes o seminaristas; y en cuanto al sínodo, se trata de una reunión de obispos, aunque ya es ganancia la participación consultiva de religiosas, laicos, hombres o mujeres. No obstante, me sirvió escuchar estas opiniones y seguí reflexionando.
Magisterio de san Juan Pablo II
La Iglesia en su forma institucional, en su manera de evangelizar, en su doctrina o en su teología, ¿qué podría o debería mejorar para integrar más a la mujer? Me acordaba sobre todo del Papa san Juan Pablo II, que hablaba del «genio femenino». De modo directo trató el tema en la carta apostólica Mulieris dignitatem (sobre la dignidad de la mujer, en 1988) y en la Carta a las mujeres (1995). Antes ya había aportado valiosas novedades en sus catequesis sobre el amor humano (1979-1984), que conforman la «teología del cuerpo» (entérate un poco).
Todavía en el pontificado de Juan Pablo II, el entonces cardenal Joseph Ratzinger publicó la Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo (Congregación para la Doctrina de la Fe, 31 de mayo de 2004). Todos estos documentos son densos, pero no es que hayan agotado el tema. Ofrecen mucho material de reflexión del que también hay que sacar consecuencias prácticas.
¿Y qué dice el Papa Francisco?
El Papa Francisco también ha afrontado el tema. Suele decir que «la Iglesia es mujer, es ‘la’ Iglesia, no ‘el’ Iglesia». Cuestionado por la frase del feminismo como «machismo con faldas», él mismo se acaba de corregir:
Fue una frase dicha en un momento de mucha intensidad positiva hacia la mujer […] y me fui al feminismo un poco más de protesta. Y la frase justa tendría que ser así: «Todo feminismo puede correr el riesgo de transformarse en un machismo correa». Esa es la frase justa. La otra me equivoqué. Pero fue una equivocación de momento, no porque lo piense así. O sea que la frase justa es: «Todo feminismo tiene el riesgo de transformarse en un machismo con polleras (faldas en Argentina)» (Entrevista de Jordi Évole en La Sexta, 31 de marzo de 2019).
Y en su último documento oficial, en el marco de la escucha y la autocrítica, incluye un párrafo muy pertinente:
Por ejemplo, una Iglesia demasiado temerosa y estructurada puede ser permanentemente crítica ante todos los discursos sobre la defensa de los derechos de las mujeres, y señalar constantemente los riesgos y los posibles errores de esos reclamos. En cambio, una Iglesia viva puede reaccionar prestando atención a las legítimas reivindicaciones de las mujeres que piden más justicia e igualdad. Puede recordar la historia y reconocer una larga trama de autoritarismo por parte de los varones, de sometimiento, de diversas formas de esclavitud, de abuso y de violencia machista. Con esta mirada será capaz de hacer suyos estos reclamos de derechos, y dará su aporte con convicción para una mayor reciprocidad entre varones y mujeres, aunque no esté de acuerdo con todo lo que propongan algunos grupos feministas. En esta línea, el Sínodo quiso renovar el compromiso de la Iglesia «contra toda clase de discriminación y violencia sexual». Esa es la reacción de una Iglesia que se mantiene joven y que se deja cuestionar e impulsar por la sensibilidad de los jóvenes (Exhortación apostólica postsinodal Cristo vive, n. 42, 25 de marzo de 2019).
Conclusión: una tarea
Con todo esto que he referido, reconozco que la promoción de la mujer en la sociedad y en la Iglesia no es agua pasada. Se ha hecho mucho pero no ha sido suficiente. La tarea sigue siendo tanto teórica como práctica. Parte básica de la tarea continúa siendo la profundización antropológica de lo que significa ser varón y ser mujer: ¿iguales o diferentes?, ¿diferentes pero iguales?, ¿iguales pero diferentes? La solución apunta más a una respuesta integrativa: iguales y diferentes. Esta tarea podrá beneficiarnos a todos, pues hoy en día se descubre que también la masculinidad está en crisis. Esto podría parecer harina de otro costal, pero no: Dios amasó la femineidad y la masculinidad con el mismo barro. Después espero ofrecer más reflexiones en esta dirección.
Comments