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En mi vida no pasa nada. Todo es ordinario

Seguro, alguna vez, ha pasado por tu cabeza que tu vida es bastante normal. No como la de algunos que viven grandes eventos o acontecimientos. ¿Te has preguntado “cuándo pasará algo memorable en tu vida”? La mayoría de las personas llevamos un día a día bastante ordinario. Pero, ¿cuándo sucederá algo que todo el mundo recuerde?

Conocemos a Jesús de Nazareth, Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios… Un solo hombre recordado con muchos nombres y adjetivos. Un hombre que partió la historia en dos y que muchos en este mundo han escuchado su nombre. Esto nos lleva a pensar que posiblemente toda su vida estuvo llena de grandes hechos y maravillosas hazañas. Pero resulta que, de sus 33 años de vida, sólo 3 de ellos fueron públicos y los otros 30: el Hijo de Dios, el Mesías, el Hijo de David… vivió como un carpintero, haciendo de lo ordinario extraordinario. Esto me hace pensar: ¿Qué tendrá la vida ordinaria que hasta el mismo Dios quiso pasar la mayoría de su vida así? ¡¿Cuántas hazañas y milagros habrá hecho Jesús en el silencio de su día a día?!

Una de las grandes cosas que hizo Jesús en sus años de vida pública fue fundar la Iglesia Católica y como todo cuerpo vivo, ésta posee un ciclo. A este ciclo lo conocemos actualmente como año litúrgico, con un inicio, un cierre y diferentes celebraciones especiales.


Fuente: sehacesaber.org

Fuente: sehacesaber.org

“El Año Litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua.” (CIC 1171)

Dentro del año litúrgico tenemos diferentes tiempos y celebraciones: Adviento, Navidad, Cuaresma, Semana Santa, Pascua, y otras más. Este ciclo tiene dos finalidades:

1. Un fin catequético: que busca enseñarnos los misterios de la vida de Jesucristo y

2. Un fin salvífico: ya que en cada festividad se nos otorga una gracia especial.

Sin embargo, la mayor parte del tiempo dentro del calendario litúrgico lo conocemos como “tiempo ordinario.” Este es un período de tiempo que dura 33 semanas en total y tiene como finalidad celebrar nuestra fe en la vida diaria, en relación con la persona de Jesucristo.

Cada año tiene 52 semanas, y si miramos cada uno nuestras propias vidas y creamos una línea de tiempo, nos daríamos cuenta que existen grandes e importantes acontecimientos en donde ha reinado la alegría y en otros la tristeza. ¿Qué es lo primero que viene a tu mente? ¿Tu graduación? ¿Un cumpleaños? ¿Un mega concierto que esperabas desde hace tiempo? ¿Ver a un amigo que vive en otro país? ¿La muerte de un ser querido? ¿Una fiesta?

Así como logramos identificar momentos claves en nuestras vidas, también podemos ver largos períodos de tiempo donde todo fluye con normalidad, reina la estabilidad y la cotidianidad. Te despiertas a la misma hora de siempre, ves a tus amigos para algún plan tranquilo, el clima es agradable: ni mucho calor, ni mucho frío… Estos momentos que se hacen muchas veces eternos en nuestras vidas, podríamos catalogarlos como nuestro propio tiempo ordinario.

En nuestro tiempo ordinario no puede reinar el fastidio, la pereza o el miedo a lo desconocido. Debe ser siempre un tiempo impregnado por la esperanza del porvenir. De hecho, dentro del año litúrgico cada tiempo tiene un color determinado y no es en vano que el del tiempo ordinario sea el color verde, que representa la esperanza, lo nuevo.

Así como en el calendario litúrgico, el tiempo ordinario está creado para vivir en una esperanza serena basada en la promesa eterna, en nuestra propia vida debe ser igual. Como diría el dicho: del apuro sólo queda el cansancio. El día a día está diseñado para ser vivido sin pausa pero sin prisa, aprendiendo y sacando lo mejor de cada día.

“Pero no pierdas de vista que el santo no nace: se forja en el continuo juego de la gracia divina y de la correspondencia humana. Todo lo que se desarrolla —advierte uno de los escritores cristianos de los primeros siglos, refiriéndose a la unión con Dios—, comienza por ser pequeño. Es al alimentarse gradualmente como, con constantes progresos, llega a hacerse grande.” (San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios 7)

Jesús no solo nos redimió desde la cruz; sino en cada uno de los sacrificios que fueron realizados en silencio. La santidad se gana con el esfuerzo del día a día y en los momentos sencillos de nuestras vidas Jesús sigue caminando con nosotros, se cruza en nuestro camino no para llevar una pesada cruz o para celebrar una profunda alegría. Él camina junto a nosotros como lo hace un verdadero amigo, disfrutando del buen clima, de un buen chiste y de las ganas de aventura: gozando de lo ordinario de la vida.

Recuerda, el tiempo ordinario es un tiempo de siembra. Un tiempo en donde no suceden grandes cosas, ni se hacen visibles grandes hazañas… es un tiempo en donde la semilla comienza a echar raíces y mientras más fuertes sean, el fruto que recogerás será mejor.

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