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6 principios básicos para defender la vida

Hace tiempo, hablando por teléfono con mi hermana, me contó que unos días antes había estado con un grupo de amigas, y en la conversación salió el tema del aborto. Como es de esperarse, la mayoría estaba a favor. Los argumentos fueron los de siempre: “yo puedo decidir sobre mi cuerpo”, “soy libre”, “el mundo está sobrepoblado”, “el dinero no alcanza para mantener una familia”, “los hijos son una carga”, “el mundo ya está muy mal, ¿por qué traer criaturas para que sufran?”… En fin, los conocemos todos. Mi hermana intentó defender su postura provida pero apenas pudo salir viva de la conversación.  

Seguramente has tenido experiencias similares, en las que intentando defender la vida te aplastan con una marea de argumentos. O tal vez tú mismo te preguntas por qué el aborto o la eutanasia son considerados gravemente inmorales. A continuación, expondré seis principios universales y racionales que conforman la base de todo planteamiento sobre la vida y la dignidad humana. Son universales en cuanto se aplican a todas las personas sin excepción, y racionales en cuanto son dictados por la razón humana, por lo tanto, no son elaborados por un determinado sistema moral, legislativo o religioso.  

La doctrina moral de la Iglesia Católica se funda sobre estos 6 principios que no son pura invención de una moral rígida, sino que se basan  en la naturaleza misma del hombre. Por tanto, contrariamente a lo que se dice, la moral de la Iglesia no tiene otro deseo sino el de custodiar la dignidad de cada persona humana.  

El conocimiento y uso de estos principios es de vital importancia si no se quiere caer en la trampa de los argumentos “baratos” de la opinión pública. En ese sentido, es importante ir al fondo de la cuestión y no quedarse en la superficie de la problemática. La mayoría de los argumentos a favor del aborto o la eutanasia no son otra cosa sino slogans ideológicos sin ningún fundamento. En cambio, estos seis principios proporcionan una base sólida en la argumentación a favor de la vida humana desde su inicio hasta su fin natural.  

Principio de no-maleficencia 

Seguramente ya conoces este principio, probablemente no por su nombre, pero sí por su enunciado. ¿Cuántas veces no has escuchado de tus padres, o de tus profesores en la escuela: “no hagas a los demás lo que no quieres que hagan a ti”? Pues bien, este es el principio de no-maleficencia, el más importante de todos, pues en él se fundan el resto, de manera que la transgresión de este significa la transgresión de los demás. Además, la práctica de este principio es esencial para la convivencia interpersonal, de lo contrario, las relaciones sociales serían imposibles. ¿O te imaginarías un mundo donde ninguno tuviera respeto por el otro? 

Nunca, por ningún motivo, debe procurarse un daño innecesario a los demás incluso si se duda que una determinada acción pueda causar un tipo de daño. Tanto el aborto, como la eutanasia, son acciones que dañan innecesariamente la integridad de la persona, por tanto, sea el cigoto humano en su fase de desarrollo temprano o que la persona se encuentra en estado vegetativo, ambos poseen el derecho a ser respetados y protegidos.  

Principio de la “personalidad” universal 

Este principio establece que todo ser humano, siempre y bajo cualquier circunstancia, es también persona. Te puede parecer obvio, y casi inútil decirlo, pero desgraciadamente hoy en día hay quienes sostienen lo contrario, es decir, que no todos los seres humanos son personas.  

En la filosofía tradicional, sobre todo en el pensamiento cristiano, se ha sostenido siempre que la personalidad pertenece a todo ser humano por el hecho de ser humano, sin excepción alguna. Algunos, sin embargo, sostienen que se es persona solamente cuando se está en pleno ejercicio de la conciencia. Puesto que el embrión en gestación, o la persona en estado vegetativo no dan, aparentemente, señales de ella, no se les considera personas. Pero el ser humano es persona no por el ejercicio de la conciencia, sino, como ya se dijo, por el hecho de ser humano. De manera que decir “ser humano” equivale universalmente a decir “persona humana”, y esto es así no porque lo enseña la moral o la doctrina de la Iglesia, sino porque es biología básica. Basta realizar una secuencia de ADN en un embrión para demostrar que posee un genoma humano, y no bastaría más para reconocerlo como persona.

A nivel legislativo, todo ser humano tiene derecho a ser reconocido como persona y gozar de protección bajo la ley, de manera que cualquier distinción entre ser humano y persona legal atenta contra la dignidad humana.  

Principio de las leyes justas 

Este principio nos recuerda que para promulgar cualquier ley esta debe cumplir con un estándar mínimo de justicia, que consiste en no transgredir el principio de no-maleficencia, y respetar el principio de equidad dando a cada uno lo que le es debido. Si una determinada ley no cumple estos dos criterios mínimos debe ser considerada ilegítima. En caso del aborto y de la eutanasia estos dos principios son gravemente quebrantados, y, por tanto, su legislación es ilegítima.   

Principio de los derechos naturales

En la actualidad existe una especial sensibilidad en lo que se refiere al reconocimiento y a la defensa de los propios derechos, lo que resulta positivo si esta reivindicación no se hace en detrimento de los derechos de los demás, que desafortunadamente ocurre.  

Entre los diferentes tipos de derechos que existen están los derechos naturales, que no son dados por ningún Estado o gobierno, sino que se fundan en la misma naturaleza humana, por lo tanto, nadie los puede vulnerar sin cometer un grave acto de injusticia contra la humanidad.  

Cuatro son los derechos naturales fundamentales: el derecho a la vida, a la libertad, a la prosecución de la felicidad, y a la propiedad. Estos derechos no deben ser solamente reivindicados para sí mismos, sino que tenemos también el deber de hacerlos respetar para los demás seres humanos, sobre todo para aquellos que no pueden defenderlos por sí mismos.  

Principio de la jerarquía necesaria de los derechos 

Ahora bien, estos cuatro derechos fundamentales de los que hemos hablado están subordinados unos a otros, comenzando por el derecho a la vida, pues esta es la condición necesaria de posibilidad de todos los demás derechos, pues ¿qué sentido tendría dar a un muerto el derecho a la libertad, a la felicidad y a la propiedad?  

En el caso del aborto y su legislación se viola esta jerarquía poniendo en primer lugar la libertad de la mujer en lugar del derecho a la vida del ser humano que lleva consigo. Con respecto a la eutanasia, la vida de la persona es subordinada a otros valores, sean estos ideológicos, económicos, sociales, etc.  

En resumen, la vida es el primero de los derechos fundamentales de la persona humana, y nadie tiene derecho a interrumpirla innecesariamente con la excusa de defender otros valores, pues estos están siempre subordinados a la vida. ¿Qué tipo de mundo sería uno en el cual todos nos sintiéramos libres de deshacernos del otro simplemente para reivindicar un derecho personal? Y desgraciadamente es lo que ahora está ocurriendo.  

Principio de los límites intrínsecos de la libertad humana 

La libertad humana, además, posee un límite muy claro: el otro. Este principio lo podríamos formular de la siguiente manera: “mi libertad termina donde inicia la libertad del otro”. El otro siempre es terreno sagrado y no tengo derecho a violarlo. Sea el bebé en el seno materno, o el enfermo en estado vegetativo o fase terminal, siguen siendo una vida humana que posee todos los derechos naturales, y que, siendo indefensos, con mayor razón deben ser defendidos, protegidos y respetados por todos, también por la ley.  

Como ya se dijo al inicio, estos seis principios se fundan en la naturaleza misma de la persona humana, y por lo mismo, son el punto de partida para toda discusión o debate sobre la vida. Está claro que, si logramos convencer a nuestros interlocutores sobre la universalidad y racionalidad de estos principios, por sí solos caerán en la cuenta de que ningún otro argumento es válido para defender su postura. Sin embargo, no te extrañes que al hablar de estos principios con otros encuentres en ellos una cierta resistencia, pues aceptarlos requiere de parte de nuestros interlocutores honestidad intelectual y un sincero deseo de conocer la verdad que no se deje influir por las ideologías imperantes, y por desgracia muchas veces no se encuentran estas disposiciones.  

Nuestro trabajo, por lo tanto, es armarnos de coraje y defender la vida proclamando su belleza y su dignidad, y hacerlo con inteligencia, sirviéndonos de estos principios escritos en nuestro corazón.  

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