En los primeros dos artículos de esta serie, abordamos el tema de la existencia de Dios mediante la necesidad de una primera causa y de un diseñador inteligente. Esta vez vamos a llegar a la existencia de Dios por medio del ser necesario.
El argumento del ser necesario o de la contingencia es la tercera vía de Santo Tomás de Aquino. Es uno de los argumentos más poderosos, pero también es un poco abstracto y difícil de captar a la primera. Para comprenderlo además es necesario entender algunos conceptos de filosofía clásica. Vamos a tratar de desglosarlo de la manera más simple posible y de explicar lo que implica.
El argumento
Todas las cosas que existen pueden existir en una de dos maneras: contingente (posibles) o necesaria. Los seres contingentes o posibles podrían existir o no existir, y dependen de otras cosas para existir. Un ser necesario tiene que existir y su existencia no depende de ninguna otra cosa. Un ejemplo de algo contingente sería un cachorro, que depende de una perra para existir. Si no existiera la perra, el cachorro nunca hubiera nacido. Además, hubo un tiempo en el que ese cachorro no existía, por lo cual no es un ser necesario. Otro ejemplo de algo contingente sería una piedra. Una piedra no tiene que existir, y no tiene que ser exactamente de la misma forma que es (podría ser de diferente color, forma, etc).
Sin embargo, no todos los seres pueden ser contingentes. Si A depende de B, y B depende de C, y C depende de D, y así sucesivamente, esta cadena de dependencia no puede ser infinita, porque entonces nada existiría en primer lugar. Por lo tanto, tiene que existir un ser necesario, que exista por sí mismo y que no dependa de nada más para tener su existencia. A este ser lo llamamos Dios.
El Dios cristiano
En la Biblia, cuando Dios le habla a Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3,1-15), Moisés aprovecha para hacerle una pregunta. Los judíos habían estado siglos adorando a Dios, pero no sabían cuál era su nombre. Los dioses de los demás pueblos sí tenían nombres: Ra, Osiris, Zeus, Poseidón, etc. Sin embargo, los hebreos sólo se referían a su Dios como “el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob”. Entonces Moisés le pregunta a Dios su nombre, a lo que éste le contesta (en hebreo): “YHWH”. Estas cuatro letras, cuya pronunciación original se desconoce pero se suele decir en español “Yahvé” o “Jehová”, significan literalmente “Yo soy” o “Yo soy el que soy”.
Para los filósofos clásicos, todos los seres tienen dos cualidades: su existencia y su esencia. La existencia es el hecho de que esa cosa “es”, de que “existe”. Responde a la pregunta “¿esa cosa existe?”. La esencia es lo que esa cosa es, es decir qué lo hace ser una cosa y no otra. Responde a la pregunta “¿qué es esa cosa?”. Entonces por ejemplo, mi computadora es (esta es su existencia), y es una computadora (esta es su esencia).
Basado en todo esto, Santo Tomás de Aquino concluye que Dios es el ser “cuya esencia es su existencia”. Es decir, “Dios es que es”. Su naturaleza es ser. Por eso, en la zarza ardiente, Dios dice que su nombre es “Yo soy el que soy”, porque si hubiera dicho “soy Odín” o “soy Quetzalcóatl” no sería el ser supremo, sino un ser contingente más entre muchos otros. Pero Dios es el ser en sí mismo, y de él proviene toda la existencia.
En el Nuevo Testamento, cuando San Pablo va a Atenas visita el Areópago, donde se encontraban varios filósofos. Al ver que tenían una estatua dedicada “al dios desconocido”, Pablo proclamó: “lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar” (Hechos 17,16-23). Este es el momento en el que el concepto de Dios personal de los judíos se mezcla con el Dios racional de los filósofos griegos. Y es que, al final, el Dios cristiano no es un señor mitológico con barba sentado en un trono en el cielo, ni un ser con forma que se le pueda representar más que simbólicamente con una imagen, sino el ser necesario, el ser en sí mismo, eterno, inmaterial, de donde proviene toda la existencia.
Objeciones
El universo es el ser necesario. No hace falta Dios. Aunque las cosas dentro del universo sean contingentes, el universo en sí es necesario. De este necesario del universo provienen todas las cosas contingentes.
Respuesta. No hay ninguna razón para pensar que el universo tuviera que existir. Nuestro universo pudiera perfectamente no haber existido. Además, la suma de todas contingencias no hace la necesidad. La suma de todas las cosas contingentes que existen en el universo no hace que el universo sea necesario. El ser necesario debe ser el ser más simple, no compuesto de partes, y por lo tanto espiritual. Esto es Dios.
¿Y si existiera más de un ser necesario? Si no hubiera uno, sino dos o más seres absolutos, se caería el concepto del Dios cristiano que es sólo uno.
Respuesta. El ser necesario debe ser perfecto, y no hay manera de que existan dos seres perfectos, porque si son dos cosas diferentes, uno tendría que tener una perfección que el otro no posee, en cuyo caso el que es inferior no sería un ser absoluto.
Conclusión
Hoy vimos cómo Dios no es un capricho, un ser inventado y de alguna manera “agregado” al universo, sino el necesario y mismísimo fundamento del ser. Mucha gente, por tener una concepción de Dios como la caricatura del anciano mitológico sentado en un trono, deja de creer en un Dios en el que tampoco nosotros creemos. Como Pablo, hagámosles saber la verdadera naturaleza racional del Dios desconocido que muchas veces adoran sin saberlo.
Para conocer más sobre este tema, te recomendamos leer las siguientes fuentes:
Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, Primera Parte
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