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Dios, que todo lo ve. Reflexión del Salmo 138

1 De David.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en presencia de los ángeles.

2 Me postraré ante tu santo Templo, y daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre.

3 Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma.

4 Que los reyes de la tierra te bendigan al oír las palabras de tu boca,

5 y canten los designios del Señor, porque la gloria del Señor es grande.

6 El Señor está en las alturas, pero se fija en el humilde y reconoce al orgulloso desde lejos,

7 Si camino entre peligros, me conservas la vida, extiendes tu mano contra el furor de mi enemigo, y tu derecha me salva.

8 El Señor lo hará todo por mí. Señor, tu amor es eterno, ¡no abandones la obra de tus manos!

Desde que nació mi hija mayor, mi esposa y yo nos hemos valido de todo tipo de medios fotográficos para plasmar los momentos que vivimos. Y a pesar de contar con un repertorio de fotos espectacular, los dos coincidimos en que los mejores momentos quedarán marcados en nuestra memoria hasta que el tiempo, la enfermedad o la muerte los borren.

Piensa en todos los momentos más memorables de tu existencia, sean cuales sean, grandes o pequeños. Las anécdotas familiares que sobreviven año tras año, o las reuniones con amigos en que se pasan las horas conmemorando tiempos pasados. “Recordar es vivir” -decía el poeta- pero muchos de estos recuerdos los tienes por tu cuenta, no había nadie con quien vivirlos. Solo estabas tú, pero en tu intimidad estaba también Dios, que todo lo ve.

En la parte inicial de este Salmo, David nos da a entender, de una forma muy sencilla, como Dios lo sabe todo y siempre está pendiente de sus criaturas. Pero su presencia no agobia ni intimida, como la de un profesor supervisando un examen. Sino que, por el contrario, es una presencia de paz, que abarca todo el ser y toda la historia.

Siempre he pensado, como parte de la esperanza que alimenta el alma y ayuda a perseverar en la lucha, que, al llegar al Cielo, además de la inmensa dicha que será encontrarnos con Dios, tendremos la oportunidad de reencontrarnos con nuestros seres queridos que allá se encuentren y de ver nuestra vida como Dios la vio. Como una película absolutamente nítida, desde la primera infancia ya casi olvidada, hasta el final de nuestras vidas, tal y como Dios la vivió al acompañarnos en ese camino.

Benedicto XVI dice que: “todos los ámbitos del espacio, incluso los más secretos, contienen una presencia activa de Dios” (Benedicto XVI, 2005), incluso en los momentos más oscuros o de mayor peligro la mano de Dios está dispuesta para nosotros. Es una mano de apoyo y liberación, no de juicio o terror.

Este Salmo está dedicado a la confianza en Dios. Es la certeza que tenemos de que nunca estamos solos, por más solos que estemos. Que nuestra voz, aun si es ignorada por todos, es escuchada con atención por Dios. Que nuestros problemas, sin importar cuan grandes o pequeños sean, son atendidos por Dios. La bondad de Dios está siempre con nosotros.

La confianza, al igual que muchas otras virtudes, crece y se fortalece confiando. Si Dios ya conoce todos nuestros secretos y preocupaciones, aquello que con nadie jamás hemos compartido, lo mejor que podemos hacer es hablar con Él sin ningún tipo de máscaras.

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