Hay realidades que nadie puede cambiar. El paso del tiempo, el clima y al parecer algo en lo que nunca habíamos pensado, un virus invisible que amenaza la vida de todos los seres humanos. El mundo entero sufre de una u otra forma por esta pandemia. Todos los países la están pasando mal, no hay un lugar libre de temor, sin medidas de aislamiento, precauciones sanitarias o paranoia. No dudo que cada uno ya haya pensado en qué pasaría si resulta que estás infectado. Imaginando qué sería de ti en el hospital sin un tratamiento y con cuidados de emergencia luchando por sobrevivir.
¿Por qué nos duele tanto este encierro?
En pleno 2020 nos damos cuenta que no basta el dinero, los likes, la fama o las posesiones para salvarse de una amenaza microscópica que viaja a través del contacto con todas las superficies. Hoy que todo se resuelve con un clic en la palma de tu mano, ningún aparato tecnológico ha resultado útil para protegernos del virus que nos amenaza.
Los avances y logros que parecíamos tener conquistados, no sirven de nada. Así que acabamos confinados en casa, limitados a la convivencia con uno mismo, atormentados por nuestros pensamientos, juicios y comparaciones. Nos dimos cuenta que al final, es doloroso hacer una reflexión interior y que más que nada, le tememos a ser frágiles.
Hablando de muerte
Justo en el centro de esta crisis, los Católicos celebramos la Semana Santa y la Pascua, la pasión, muerte y el glorioso día de la Resurrección de Cristo. Para muchos resultó pertinente y adecuado unirse a las celebraciones Cristianas y aprovechar para meditar sobre la muerte durante el encierro y la desesperación. El mensaje de amor, esperanza y alegría que trae el saberse salvado por un Dios que se hizo hombre y dió la vida por nosotros, es más motivación de la que realmente se necesita para querer despertar cada mañana. Pues al celebrar el misterio de la Pasión de Jesús, estamos celebrando que estamos salvados, que nuestra vida no termina en esta tierra y que añoramos la promesa del Reino eterno donde seremos recibidos en brazos de un Dios misericordioso que nos “amó hasta el extremo” (Juan 13,1)
Miedo a la muerte
San Juan Pablo II decía “No se abandonen por desesperación. Somos el pueblo de Pascua y el aleluya es nuestra canción” Si en verdad creyéramos esto entonces ¡No importa que me lleve el COVID-19! ¡Qué más da que me muera hoy mismo! Porque si todo lo que añora el corazón humano es encontrarse con su creador, la muerte acaba siendo, como dice San Pablo, “una ganancia” Bendito aquel que así lo crea y que confíe en que ese es su destino. Afortunados seríamos todos los que vemos la muerte desde los ojos Paulinos, conscientes de que nuestra vida gloriosa comenzará en el cielo. ¿Tú siendo cristiano, te sientes así? Si la respuesta es un “NO” rotundo, piensa que no se trata de la falta de certeza en que Dios cumplirá con su promesa salvífica, más bien es que hay algo dentro de ti que te avisa que seguramente ese no será ese tu destino final.
El miedo a la muerte viene del pecado.
El alma pura no teme nada, el alma de un pecador arrepentido suplica misericordia y conoce su debilidad. No se cansa de pedir perdón una y otra vez a Dios, aún cuando sea por las mismas faltas, como dice el Salmo 50 “Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa” Pero para quien no tiene presente su pecado, no hay razón por la cual suplicar, no hay un Dios misericordioso en quien confiar, porque el corazón soberbio no cree que necesita pedir perdón. Un espíritu humilde tiene esperanza porque han preferido confiar en la misericordia. Si lo piensas bien, puede que este pánico al contagio vaya ligado también al miedo que nos da morir sin la esperanza del mensaje Cristiano. Una vida sin la promesa eterna es una realidad desalentadora, deja a las personas con una vida sin sentido.
La Religión no me va a salvar del contagio
Podrás pensar que ahora más que nunca, de nada sirve creer en Dios, que al final de tu vida serás solamente comida de gusanos y lo más a lo que aspiramos es a que nuestros seres queridos nos extrañen y recuerden con cariño. Pero déjame tratar de convencerte de que la vida con Dios trae más beneficios de los que crees. Lee estas tres ideas:
1.- Lo pierdes todo o lo ganas todo
Blaise Pascal, un científico francés que contribuyó a diferentes campos como matemática, física y filosofía, trató de concentrar la importancia de la fe en una matriz muy sencilla que llamó “La apuesta” y básicamente se reduce a algo como esto:
Este hombre que pasó sus años desarrollando conocimiento para lograr grandes avances científicos, también dedicó tiempo a considerar la eternidad y sus posibilidades después de la muerte, concluyendo que aún cuando Dios sea inexistente la mejor posibilidad es Creer porque la ganancia no se compara con la pérdida que su alma sufriría al no creer. Si deseas aprender más sobre su obra, recomiendo leer Pensamientos, una compilación de ideas sobre sus reflexiones para comprender la vida.
2.- Pensar en tu propia muerte te lleva a Dios
Santo Tomás de Aquino es otro hombre que pasó gran tiempo de su vida tratando de entender a Dios. Entre sus razonamientos más famosos están las 5 vías de demostración de la existencia divina, la que quisiera que consideres es la 3º – Contingencia. Después de repasar la lógica de la naturaleza, el paso del tiempo y el final de todas nuestras vidas, tuvo que concluir que “no todos los seres son posibles o contingentes, sino que entre ellos forzosamente, ha de haber alguno que sea necesario.” A ese ser se le llama Dios.
Sí claro, puedes pensar que el polvo estelar, las moléculas o la vida microscópica es realmente el motor que mueve el mundo. Pero aún cuando llegues a la raíz de esas causas descubres que son contingentes. Todo en la tierra, todo lo que conocemos y sabemos es finito. Si meditas en esta realidad de la muerte, acabas concluyendo que a todos los que conoces les llegará su hora y que nadie podrá saber ni cuándo ni cómo.
Antes de desechar este argumento te invito a que lo leas más de cerca, que repases las 5 vías de Santo Tomás y que consideres si de verdad vale la pena seguir negando la existencia de Dios. Que además, ha dado a su Hijo único (su palabra hecha carne) y literal ha entregado su vida por tu salvación.
3.- La desesperanza es muy trágica
La desesperanza, angustia y el estrés, no llevan más que a la depresión. Y aunque la fe no te quita los problemas, sí significa que no vas solo, que hay un Dios -que sabe lo que significa ser hombre- que conoce el dolor y el sacrificio y decide acompañarte en el camino. Jesús mismo dijo “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.” (Mt 11, 28) No dijo, vengan que les quitaré sus problemas, sino vengan que les daré descanso. Piensa en tu infancia, cuando eras un chiquillo y te caías, llorabas y buscabas inmediatamente ir a los brazos de tus padres, eso no significaba que se te curaba la herida o que te dejaba de salir sangre, pero en brazos de un padre que te ama, todo dolor se hacía menor y el cariño, la ternura que te brindaba un abrazo, te hacía sentir que la caída iba a sanar, que pronto estarías bien.
El dolor de la vida, las tristezas y soledad se viven mejor si se va acompañado de Dios. Si quieres pensar que es un invento del hombre, que vives mejor con tus creencias de que nada es eterno, solo el día de hoy importa y ya veremos mañana… suerte, porque por experiencia propia te cuento que ese argumento se debilita pronto y la angustia, el miedo y todos los demás pensamientos desesperanzadores regresan más temprano que tarde.
Si deseas otro punto de vista te recomiendo leas 6 Preguntas que debemos hacernos sobre el coronavirus. No olvides dejar tus comentarios, preguntas y sugerencias para que sigamos creando contenido que te ayude a alimentar el espíritu.
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