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¡Ubícate! La fe no tiene nada nuevo

No sé si ustedes se habían dado cuenta, pero desde hace un tiempo había dejado de escribir. Yo lo noté, pero dije: “ya lo hago, al rato me siento a escribir, no estoy inspirada.”

Tuve miedo de preguntarme: ¿por qué he dejado de escribir? ¿qué pasa? ¿qué me pasa?

Cada vez que la persona encargada de recibir los artículos me escribía: “¿cuándo recibiremos otro artículo?” O las alertas mensuales que te recuerda la aplicación “entrega por vencer”, me angustiaba un poco, yo no le había prestado atención o mejor dicho “me estaba haciendo la loca” pero hace unos días lo entendí.

Cómo ustedes saben soy migrante, por la situación que se vive en mi país (Venezuela) lo dejé todo y me vine a México. Hace unos días fui a un triduo (retiro de fin de semana en silencio) fui por regalo de Dios -siempre que quiere que haga algo- me invita a su manera. Parte del retiro de silencio es que puedas apagar el “ventilador” de tu cabeza y logres estar a solas con Dios. La dinámica se va desarrollando a través de un predicador que va guiando las meditaciones, con bastante tiempo libre para dedicarte a estar con Él.

Cuando se ha ido a muchos retiros, uno se vuelve más exigente, crees que sabes más y esperas que sea más de éxtasis espiritual o una cosa del más allá. Como supe una semana antes que si iba a poder ir, llevaba muchas preguntas sobre ¿por qué me quería ahí? ¿qué me iba a decir? ¿qué será lo nuevo que aprenderé?. Y lo primero que dijo el sacerdote que predicaba “aquí no voy hablar de nada nuevo, será lo mismo de siempre, pues el evangelio no cambia” y es ahí el inicio de mi retiro, el evangelio es el mismo, no cambia; mientras recorres el camino de la vida espiritual, cambia es tu corazón, el cómo recibir su palabra y cómo actuar ante la vida, cómo la gracia nos transforma.

Ahí solté todo y le pregunté: ¿para qué me hiciste venir? Era la primera vez que mi esposo y yo -recién casados- nos separamos, lo iba a dejar solo. Y claro que me daba ilusión volver a hacer algo que es parte de mi vida como ir a un retiro , pero cuando te casas ya no piensas sólo en ti, sino en el bien para los dos y definitivamente cuidar tu relación con Dios y tener estos tiempo de silencio, vas a ayudar en ese camino.

Cuando llegué a este país, llegué muy ilusionada, con ganas de seguir cambiando el mundo, de seguir haciendo lo que sé, amar a otros. Pero ¿por qué lo dejé de hacer? ¿Qué pasó? ¿por qué me sentí agotada?

Pasó que no me ubiqué, quise hacer lo mismo que hacía en Venezuela, un millón de cosas, trabajar, reunirme, dirigir apostolados, atender personas, buscar negocios, hasta buscar donaciones, entre otras cosas, digamos que estoy confiada que estaban guiadas por el Espíritu Santo porque ya, hasta estaba logrando un súper equilibrio integral de mi vida: espiritual, físico, emocional, laboral. Pero un día todo cambió y pasé a ser migrante, a ser la nueva, a que nadie me conociera, a no tener las mismas condiciones, a cumplir un horario laboral dentro de una oficina -quién me conoce sabe lo mucho que esto me cuesta- y así muchas cosas nuevas, diferentes.

Al principio, puedo decir, que lo estaba intentando pero me daba cuenta que no salía, que implicaba un proceso hasta el presentarme, que nadie me conocía, que ya había gente que hacía todo y yo, me sentí que quedaba por fuera. Esto pasa cuando la experiencia se olvida de la humildad y como dirían por ahí volver a empezar, pero desde abajo.

Y bueno, así pasó un año. Un año sin tomar un lápiz, un papel y dejar que las palabras agarren forma. Por eso lo que antes les dije, lo entendí desde que en una meditación escuché esto:

“Conozco tu conducta: tus fatigas y paciencia; y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo y descubriste su engaño. Tienes paciencia: y has sufrido por mi nombre sin desfallecer. Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes. Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera. Si no, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero, si no te arrepientes. Ap. 2, 2-5

Lo escuché y de ahí no dejé de leerlo, meditarlo. Literal me di cuenta en dónde había caído y reflexionaba sobre ese “amor de antes” que vivimos cuando nos encontramos con el amor de Dios, ese amor que nos hace ser apasionados, transformar lo que queramos, capaz de hacer cosas que nunca nos imaginábamos, ese amor en la entrega total como apóstol. Ese amor nos hace querer descubrir más, nos hace ser más cuidadosos en nuestros actos, nos hace ser mejor persona cada día.

Por eso estoy aquí, porque ese es el propósito, recuperar ese amor del principio; pero ahora en donde estoy, con lo que soy. Estos son algunos tips que me propuse y que quiero compartir contigo por si te sientes identificados:

  1. Aceptar lo que soy y mi estado de vida actual.

  2. La vida de oración, según los medios que tenga. Paso más tiempo quejándome de que antes tenía más tiempo o podía salir en cualquier horario que meditando. Disponer el tiempo en mi agenda para hacer oración: meditación, rosario, lo que me ayude.

  3. Apostolado, no es solamente llevar uno, liderarlo, organizarlo.. Es hacer mi nuevo trabajo con amor. Recordar que podemos ofrecer lo que nos cuesta por otros.

  4. Dirección espiritual, la importancia de estar acompañados. Si en el lugar donde estás no hay, aprovecha los medios electrónicos para tenerla.

  5. Recibir la eucaristía y confesión, luchar la vida de gracia y recibir a Jesús, nos ayuda estar en su presencia. No eres más o eres menos si vas todos los días o sólo los domingo, eres un apóstol que tiene su mirada puesta en Jesús.

Dios nos ha escogido, ha confiado en ti y en mi para que seamos sus apóstoles y evangelizar al mundo, unas veces será con todos los medios y palpar su gracia, otra veces será ahí, en lo que te cuesta, en donde nadie te ve. Por eso debemos ubicarnos y hacer lo que nos toca en donde estemos, como empresarios, dirigentes, mamás, esposa… en donde tú y yo estemos, porque creo firmemente en que ofrecer nuestro talentos en lo hacemos será ese nuestro mayor apostolado, poder amar Dios y a nuestro prójimo en el aquí y en el ahora.

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