Alguna vez te has preguntado ¿por qué festejamos? Sinceramente yo creía que el tema de las fiestas era algo muy latino (en mi caso un mal de los mexicanos) y porque crecí con la idea de que no se necesita una justificación para hacer fiestas. Pero esta semana me encontré con un libro titulado “La teoría de la festividad” de Josef Pieper y al leer sus reflexiones acerca de la naturaleza y origen de esta actitud humana, se me abrieron los ojos del por qué hoy en día nuestras fiestas, noches de antro y paseos por los bares, no satisfacen el sentido primordial de lo que las personas deberíamos experimentar cuando decidimos festejar algo.
Te voy a proponer 3 ideas de este filósofo que retoma a los clásicos como, Santo Tomás de Aquino, San Juan Crisóstomo, Orígenes, Schopenhauer, C.S. Lewis y hasta usa ideas de Camus y Nietzsche para desenvolver las razones y causas de la actitud festiva en el ser humano. Espero esta terna te sea útil para una de dos cosas: a) descubrir que no siempre es necesario festejar b) el festejo tiene como fin encontrarse con Dios
Empezaré por el segundo punto. En efecto yo nunca creí que iba a llegar a la conclusión de que una fiesta tiene mucho que ver con Dios. Por lo general la comida, la música, la bebida, los postres y el alboroto que se arma en casa de mis familiares no pareciera muy “sagrado” que digamos. Pero Pieper propone que una celebración tiene como fin el experimentar la alegría, que en su última instancia nos conectará con Aquel que nos dio la habilidad misma de experimentar felicidad.
Citaré unas líneas del libro para explicar el concepto de alegría del autor:
“La naturaleza de la alegría es ser un fenómeno secundario. Nadie puede alegrarse en absoluto por causa de la alegría como tal […] Sin embargo, el anhelo de [experimentar] alegría no es más que el deseo de tener un pretexto para estar alegre. […] Y aún cuando la causa de la alegría puede ser encontrada en mil formas concretas, siempre es la misma: poseer o recibir lo que uno ama. Ya sea en el presente, lo que se esperaba para el futuro, o recordaba del pasado. La alegría es una expresión del amor. Alguien que no ama a nada ni a nadie, no puede regocijarse, sin importar que tanto desee, o se le antoje, ser feliz. La alegría es la respuesta de un amante que recibe lo que ama.” (Op cit p. 22 y 23)
Después de esta definición de alegría, nos damos cuenta que el festejo per se no llevará realmente a un estado de “regocijo”. ¿Te ha pasado que vas en búsqueda del ruido y la fiesta sin sentido? ¿Has tenido ese sentimiento después de las noches de parranda que aunque estabas en un lugar tan saturado de gente, ruido y alcohol, regresaste solo y vacío a casa?
Felicidad o simplemente entretenimiento pasajero
Si como propone este autor, llegas a la conclusión de que ser feliz proviene de recibir algo que amas, entonces está muy difícil llenar el corazón de simples COSAS. El shot de tequila, las fotos en redes sociales, tu súper outfit de la noche, la servilleta con el teléfono de la chica o chico que te encontraste en la fiesta… no acaban de llenar el anhelo de felicidad de nuestros corazones porque, aún cuando son cosas concretas que nos emocionan, al final solo nos evocan emociones momentáneas que no satisfacen el anhelo de alegría verdadera.
Si nada nos llena… ¿Qué lo hará?
Este filósofo propone algo muy semejante a lo que decía Santo Agustín <<Nos hiciste Señor para ti, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en Ti>>. Solamente cuando se tiene presente a Dios en la ecuación del festejo se consigue satisfacer el deseo de alegría. Ya se hacía antes que los festivales o festejos siempre iban en torno al calendario de los santos, al ciclo de las cosechas o de acuerdo a los momentos importantes de la maduración de las personas. Si reconocemos la bondad de Dios y con ello justificamos las causas por las que festejamos, capaz no quedaremos con mal sabor de boca después de andar de fiesta. Inténtalo la próxima vez que organices algo con tus amigos, festeja la vida de alguien que amas con buenas conversaciones, compartiendo comida que cocinaste en casa… y puede que el regalo no solo sea para el festejado, sino que la felicidad se comparta entre todos los presentes.
Por último, el primer punto de la discusión: No siempre es necesario festejar. Es sencillo confundir un día de descanso (fin de semana largo) donde por el simple hecho de no ir a trabajar o a la escuela, creas que se necesita hacer fiesta. Guarda tus momentos de alegría para cuando sean necesarios. Como dije, antes era más fácil identificar estos hitos de la vida personal o comunitaria porque se vivía más en sintonía con los ciclos naturales y en observancia de las festividades cristianas… pero ahora que estamos tan secularizados, piensa en qué causas merecen la inversión de tu energía canalizada al festejo.
No pretendo que después de esto te vuelvas como algunos protestantes que no tocan una copa de vino y evitan a toda costa juntarse con personas que siquiera se atreverían a bailar. Pero sí a que reflexiones en esta propuesta de Pieper para identificar tus propias razones para buscar la fiesta. ¿Será que anhelas saciarte de ese sentimiento? ¿No puedes quedarte solo en casa el fin de semana? Cualquiera que sea tu conclusión, trata de buscar momentos de festejo donde las causas sean impulsadas por el amor. Reuniones y momentos en los que compartas con otros que estén celebrando algo que realmente aman, inténtalo por al menos un mes y cuéntanos cuál fue tu experiencia.
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