Octubre 20, 10:00pm, mensaje por whatsapp de alguien con quien tienes algunos meses sin hablar y lees: “Amiga me siento rota, he sido infiel, Nacho me descubrió, me ha dicho que me perdona pero está sufriendo demasiado, no sé qué hacer.” Si justo antes de irte a la cama, lees este mensaje, obviamente que el sueño que te tumbaba se va en un segundo.
Creo que mis pulsaciones se aceleraron y mi corazón se arrugó como una pasa. Tenía sentimientos encontrados, no sabía qué responder. Pensaba ¿qué es esto, una broma, una equivocación? ¿Cómo es posible que recién casados tengan un problema de infidelidad? ¿Ellos?, con un noviazgo tan hermoso ¿cómo podía pasar?; en fin, estas y muchas otras preguntas pasaron por mi cabeza en tan solo segundos, quería entender qué había pasado pero me parecía que no tenía las preguntas adecuadas, no quería ofender, ni preguntar de más, así que lo que se me ocurrió fue decir: tranquila sea lo que sea que haya pasado si ustedes se lo permiten Dios lo puede restaurar todo.
Un año antes
Nacho y Daniela se habían casado luego de un sano y hermoso noviazgo, ambos jóvenes de mucha fe y buenas costumbres, con historias particulares distintas pero con valores en común. Por las circunstancias que vive nuestro país, Venezuela, apenas se casaron se fueron y emigraron como muchas familias, encontrándose con una nueva cultura, un nuevo ambiente, con muchos cambios, más horas de trabajo, mucho tiempo en traslados, además los propios cambios que implica pasar de solteros a casados, en fin, nuevas metas y ambiciones como toda pareja joven. Entonces ¿qué pasó?
Una sombra milenaria
La infidelidad ha estado presente desde el principio de los tiempos, de hecho en las tablas de la ley donde están los diez (10) mandamientos aparecen dos de ellos relacionados con el amor humano: el 6to y el 9no: no cometerás actos impuros y no consentirás pensamientos impuros; como advirtiendo que tendremos fuertes tentaciones en este campo.
¿Por qué sucede? Creo que la infidelidad es consecuencia de un asunto no resuelto entre los esposos que se deja pasar, falta de conexión emocional o de buen trato entre ellos, falta de tiempo de calidad, entre otras cosas, es decir hay alguna grieta en el matrimonio por donde entra ese tercero bien sea en pensamientos o acción.
¿Qué hacer?
No quise preguntar directamente pero fui haciendo mis preguntas claves como: cuéntame, ¿estás arrepentida? “Creo que sí”; y ¿pediste perdón a Nacho?, “Sí”, ¿te confesaste? “No” ¿Tú te perdonas? “No lo sé”
Parecía obvio que estaban más que claros en cuanto al valor de los sacramentos de la comunión y la confesión para los esposos, de hecho, se hace mucho énfasis en este punto a los novios antes de casarse y ellos en teoría se habían preparado, pero cuando seguí preguntado: ¿desde cuándo no van a misa? ¿cómo va tu vida de oración? Y la respuesta fue: “no hemos ido desde hace tiempo, no podemos por el trabajo, llegamos muy cansados…” Entre otras; me di cuenta que los “poderes especiales” que Dios les había dado como esposos el día de la boda (gracias sacramentales), se habían debilitado pues no los “regaron”, no los cuidaron, ni los potenciaron. Habían dejado a Dios por fuera, de último, quizás en alguna maleta de la mudanza; por lo tanto era fácil entender por lo que estaban pasando y era lógico saber que la lucha por la restauración no sería nada fácil.
Obviamente esta era la primera tarea, recuperar la relación de cada uno con Dios. No fue nada fácil pues comienzan las tentaciones, empezando por el mismo sentimiento de culpa que juega con nosotros al hacernos sentir indignos del perdón o de la gracia y por el otro lado el orgullo y la desconfianza. Fueron momento duros, de mucho dolor para ambos, solo por unos momentos “felices” que se pagaron a un precio muy alto. Gracias a la disposición de ambos lograron buscar herramientas para sanar y reconstruir el daño causado por acción u omisión; la oración y los sacramentos fueron piedra fundamental precedidos de la voluntad y la conciencia del tesoro que significa proteger y salvar una familia.
Con todo esto quiero señalar el valor de la libertad, entendida como la capacidad de elegir el bien de acuerdo al uso de nuestra inteligencia y voluntad. Yo diría que “elegir” el mal no es un acto de libertad sino de falta de inteligencia y templanza, porque el mal aunque parezca lo contrario siempre terminará dañándonos. Es por ello que te invito a cultivar la inteligencia (conocer la verdad) y fortalecer tu voluntad. Y no olvides lo que nos dice Pedro en su 1ra Carta 5,8 “Sean sobrios y estén vigilantes por su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar.” Te dejo la tarea de reflexionar qué te propones hacer para cultivar tu inteligencia y tu libertad.
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