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¿Por qué Dios se esconde? Una de princesas y dioses

¿Por qué Dios se esconde?  ¿Por qué su presencia y amor no son evidentes para todos? ¿Por qué es necesaria la fe?

Yo, la verdad, no lo sé: Él nunca me lo ha dicho. Pero se me ocurre una razón que pudiera explicarlo, y me gustaría explicarlo con dos mini-cuentos.

Primer cuento

Había una vez, hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, una princesa guapísima, encantadora. Una mujer totalmente fascinante. No ha habido estrella en Hollywood ni princesa de Disney que se le pudiera comparar, y a su lado, Elena de Troya y Audrey Hepburn parecían creaturas zafias y ramplonas. Todos se giraban al ver pasar tal derroche de encanto, gracia y de feminidad…porque no había hombre que no quedase totalmente fascinado, hipnotizado por su presencia, que no quedase pendiente de cada palabra que decía, de cada movimiento y paso que daba… (se trataba de algo inevitable, sobrehumano).

Aguda e inteligente como nadie, tenía, además, una simpatía al hablar con la que nadie podía competir. En el momento que quería podía hacer reír a carcajadas a los que le escuchaban con una ocurrencia, o llorar a lágrima viva con una historia. Lo tenía todo: riquezas, palacio, status social, cultura, elegancia…la moda giraba en torno a lo que se pusiera cada día. A su lado, las sonrisas de las demás chicas no eran sino un pálido reflejo, algo que te recordaba vagamente a ella…que quede claro, no estamos hablando de una mujer simplemente muy guapa, se trata de algo más, estamos hablando de otra cosa.

Naturalmente, le llovían a diario cartas, flores, admiradores, sirvientes, y caballeros andantes se daban de bofetadas por hacerle algún servicio. Aunque se trataba, claro está, de un amor puramente platónico: ella era un ser tan alto y lejano, que ninguno de esos hombres pretendía seriamente…soñaba, siquiera, en ser correspondido.

“¿Por qué estás triste?” – le preguntaba un día un sirviente- “Todos te idolatran, ¿qué más quieres?”

“¿Amar? ¿A eso lo llamas amor? ¿Ama la piedra al suelo, por volar hacia él, por caer? ¿Aman las olas la arena, por ir hacia ella? ¿Aman los planetas su órbita, a la que están encadenados? ¿Pueden hacer otra cosa que seguir su naturaleza, de modo fatal, necesario, implacable? Ninguno de esos hombres me ama, aunque no puedan no admirarme. Tengo la sensación de que, en el fondo, nadie me conoce. No conocen mi interior, no puedo revelarles mi amor. Están tan deslumbrados por mi belleza exterior, que no me dan oportunidad de mostrarles quién soy. Les da igual. Podría ser una hechicera, una Señora del Mal que jugara con ellos y les destruyera, y me seguirían adorando, y por mí caminarían hacia el abismo, y se lanzarían de cabeza hacia las llamas como sonámbulos, como la libélula va hacia la luz que lo consumirá. Envidio secretamente a esos hombres que tienen que conquistar el amor de su amada, y demostrarle quiénes son, de lo que son capaces, hasta dónde pueden llegar en su amor por ella. Yo nunca podré conquistar su corazón, nunca podré revelarles quién soy: antes de empezar a hablar, ya han caído a mis pies. Estoy condenada a permanecer eternamente sola”

De pronto se ilumino su rostro. ¿Y si…?

Poco después, la princesa desapareció del país. La consternación fue generalizada y nadie quedó indiferente…pero pasaron los días, meses y años…hasta que la gente se olvidó incluso de que había vivido entre ellos esa mujer.

Y entonces, un día, apareció en el pueblo una joven, una que parecía una chica más, vestida de modo pobre, casi andrajoso.  Nadie supo cómo hizo para disfrazar tanto sus rasgos para pasar desapercibida. A veces, sin embargo, se escapaba de sus ojos como un rayo de luz, se adivinaba algo en su mirada…o pronunciaba una palabra de una belleza y profundidad que le delataba, que hacía que los más ancianos recordaran súbitamente aquella princesa…

Y llegando a aquel país, le dirigió la palabra a un hombre….

Segundo cuento

Chica conoce chico. La chica queda totalmente fascinada por el chico: el tío es guaperas, inteligente, fuerte, bueno…un fuera de serie. Se enamora perdidamente y, como es correspondida, empieza a salir con él.

La cosa se complica cuando la chica va conociéndole y dándose cuenta de que el tío no sólo tiene una fuerza extraordinaria y una inteligencia deslumbrante: es que es una especie de súper-héroe. Para empezar, lo sabe todo, absolutamente todo. Literalmente: se da cuenta de que ella no puede contarle nada que no sepa, aunque él disimule por el placer de escucharle. Es más, le conoce a ella perfectamente: alguna vez se le escapan cosas que sabe de su vida y de su intimidad que le producen escalofríos, es como si pudiera leer la mente. Además, por distintos sucesos se va dando cuenta de que su pareja puede controlar la naturaleza: desatar o calmar tormentas, cambiar el curso de los acontecimientos e incluso crear o destruir cosas. Ella le empieza a tener miedo.

A eso se añade la sensación de que el chico es demasiado perfecto: le da la sensación de que ella no tiene nada que darle a él: ¿cómo puede gustarle una chica tan del montón como ella a un ser tan especial como él? Se empieza a sentir aplastada e incapaz de estar a la altura. Y la cosa empeora cuando una amiga suya, un poco insidiosa y viperina, quizás movida por la envidia, le dice que sospecha que ese chico es un psicópata: la clase de persona que se gana la confianza de chicas ingenuas e indefensas, y luego les hace cosas como para llenar tres pelis de terror. A la chica le entran náuseas y ganas de huir. ¿Puede confiar en alguien así? Decía Simon Sinek que “amar es darle a alguien el poder de destruirnos, y confiar en que no lo hará”. Ahora bien, ¿puede esta chica fiarse de alguien así?

Moraleja:

Si Dios se mostrara en todo su Esplendor y en toda su Gloria, el hombre no podría no caer de rodillas, porque el hombre está hecho para el Bien, la Verdad y la Belleza, y Dios es todas esas cosas en su fuente, en su plenitud, en su infinitésima potencia.

Y si Dios apareciera en este mundo en todo su Poder, “derritiendo los montes con su presencia”, como dice el profeta Isaías, todo el mundo se arrugaría de miedo, sí, y caería de rodillas en una millonésima de segundo, pero… ¿de qué le serviría eso a Dios? Él no quiere esclavos muertos de miedo, sino hijos libres que, si quieren, le amen como Él nos ama. Dios no quiere esclavos, robots, ni zombies…Dios quiere personas, es decir, seres que puedan ser verdaderamente sus interlocutores, sus “partners”, con los que pueda comunicarse y que le puedan amar libremente: no porque no pueden hacer otra cosa, sino porque deciden hacerlo, porque le eligen a Él.

La libertad, por tanto, es posible porque Dios se esconde tras el telón del mundo, y aparece sólo como una intuición adivinada más allá del mundo visible – primero – y bajo condición de hombre, después. Ya con Adán se escondía en la brisa del jardín, y, después del pecado, decide esconderse tras el velo del mundo, del universo. Con Jesucristo, Dios se hace presente en el mundo, pero de un modo discreto, ocultando su poder y belleza infinitas, haciéndose indefenso, bajo el rostro de un niño y de un crucificado; haciéndose pasar por uno de tantos, tratando de conquistar ese amor libre, tratándonos de demostrar hasta dónde está dispuesto a llegar en su amor por nosotros. La única arma con el que Dios nos quiere seducir es su amor incondicional. Porque sólo el amor es creíble, sólo el amor es digno de confianza. El Dios hecho hombre y el Dios Crucificado son dos episodios del mismo mensaje: Dios te ama y quiere ser amado por ti, pero quiere una respuesta libre. Belén y la Cruz son los dos guiños que te dirige, esperando que captes la idea. La respuesta que des ya sólo depende de ti: la pelota está en tu campo.

Y los cristianos creemos que de eso va la vida.

Posdata: Los primeros cristianos veían la salvación traída por Cristo en la Cruz como un combate entre Dios y el Diablo. Releyendo esta teología con ojos modernos, podríamos sintetizarla así: Dios, para no violar nuestra libertad, decide ofrecerse como una opción más entre otras, y se rebaja a competir con el diablo por nuestra atención, por nuestro amor. La cruz es su esfuerzo definitivo por seducirnos, la declaración definitiva de su amor incondicional, de hasta dónde está dispuesta a llegar por nosotros y por amarnos pese a todo: es el “as you wish” (“The Princess Bride”) de Dios hacia nosotros.

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