top of page

¡La loca paradoja de la Cruz!

¡Necio! ¿Por qué abrazas tu cruz? Con esta pregunta Mel Gibson, en su película “ La pasión de Cristo”, representa al ladrón que reprochaba  a Jesús el impresionante gesto de abrazar humildemente su cruz.

Llama la atención observar cómo en nuestro mundo de progreso el signo de la cruz se resiste a desaparecer.  La podemos observar no sólo en lugares de culto o religiosos sino también en algún Ferrari o yate lujoso. Observamos cruces rodeadas de Perlas y  oro marca Swarovski en delicados cuellos de estrellas de Hollywood y hasta tatuadas en esbeltos cuerpos de modelos o en luchadores que sangran en el ring.  Tampoco es extraño ver el signo de la cruz en las celebraciones de futbolistas de élite como Messi, que no dudan en persignarse en sus momentos de mayor gloria. ¿Cómo es posible? ¿Acaso es compatible la cruz con la idea de felicidad tan codiciada en nuestra sociedad?

Pensándolo fríamente parece una locura. Por una parte la sociedad que propone una felicidad exprés, a la carta, sin sufrimiento y, por otra, el signo de la cruz que no desaparece de nuestras vidas. Incluso la Iglesia Católica se atreve a desafiar al sofisticado hombre de hoy dedicando un día, el catorce de septiembre, a la “Exaltación de la cruz”

Parece inconcebible que un instrumento de tortura, de condena y de muerte usado cruelmente por los romanos pueda ser exaltado.  Es absurdo pensar que se puede venerar un signo que aparece sobre la tumba de muchos seres humanos custodiando un cuerpo inerte en medio de un tétrico silencio.

Y, sin embargo, la cruz sigue interpelándonos de múltiples maneras sin desaparecer.  Parece que aquel viejo lema de los cartujos: Stat Crux dum volvitur orbis, “la cruz permanece fija mientras el mundo gira” es más actual que nunca.

Para comprender esta loca paradoja de la cruz hace falta una mirada más profunda. Una mirada doble: hacia Dios y hacia el hombre. Hacia el hombre porque es innegable que parte de su vida está tocada por el sufrimiento, la debilidad, el dolor y la muerte. Abrazar la cruz significa aceptar esa frágil condición humana en la que nacemos, vivimos y en la que morimos.   Negarlo sería cerrar los ojos obstinadamente a la realidad de nuestras vidas, a las lágrimas, al vacío y a la debilidad palpable en cada ser humano.

Pero para exaltar la cruz hace falta también una mirada hacia Dios. Ese Dios que desciende de su trono celeste para hacerse hombre, para experimentar nuestro sufrimiento, para caminar a nuestro lado y, si es necesario, para sangrar y morir en un acto extremo de amor. El hombre de hoy en su frágil condición humana no aceptaría un Dios insensible, impasible, lejano e indiferente. Un Dios que no luchara nuestro combate, que no cayera a tierra cansado, que no bajara de la grada al campo para jugar nuestro partido.  Jamás se identificaría con un Dios “angelical” que no derramara lágrimas con ojos de hombre ni recorriera las sendas oscuras por las que tantas veces transitamos los mortales.

Así, la cruz se convierte en puente entre la debilidad humana y el amor de Dios.  Dios desciende a nuestra miseria para engrandecerla. Dios se hace hombre para que nosotros nos hagamos “dioses” con Él. Con la muerte en la cruz y  la resurrección, Dios nos muestra que no podemos renunciar a esa condición humana pero sí podemos darle un sentido y transfigurar el sufrimiento en gozo, las heridas en rayos de luz y  degustar ese anticipo de cielo que se nos ofrece cuando sentimos la presencia de Dios que camina a nuestro lado como Cireneo bajo el peso de nuestra cruz.

Exaltar la cruz es tener el valor de aceptar que somos débiles y a la vez fuertes con Él, que el bien vence al mal, que caemos y nos levantamos y que, incluso muriendo,  podemos vivir.  Quizá no haya otra religión en el mundo que conozca mejor las necesidades del hombre y partiendo de este realismo antropológico se atreva a ofrecernos en este signo de amor, de vida y  de resurrección, una puerta  que cruzar para caminar seguros hacia una felicidad más auténtica.

Quizá la pregunta inicial: ¡Necio!, ¿Por qué abrazas tu cruz?, la podría invertir Jesús y con una mirada de compasión dirigirse a aquel ladrón diciéndole: Hijo, ¿por qué no abrazas tu cruz? ¿Por qué no aceptas ser hombre y me dejas a mí salvarte como Dios?

bottom of page