top of page

El Halloween de Coco

Este artículo es una reflexión acerca de las enseñanzas de la Iglesia para conmemorar a los fieles difuntos. No busco responder si un verdadero católico debería celebrar Halloween, o cuál es el origen del Halloween, o si al disfrazarnos para Halloween estamos pecando, ni nada por el estilo. Si quieres conocer de este tema, te recomiendo este artículo: Halloween ¿católico?

La expansión de la palabra Halloween en inglés es: all hallows eve que se traduce, literalmente, como la víspera de todos los santos. Más allá de las raíces célticas de esta celebración o la mezcla intercultural de la conmemoración de los muertos, lo cierto es que el ser humano ha tenido siempre una fascinación especial por el paso de la vida a la muerte.

Esta fascinación está completamente justificada, después de todo es el destino final que nos espera, a todos los seres vivientes, tarde o temprano. El paso por esta vida no es más que una escala, una peregrinación.

Coco, una de las grandes obras de Pixar, nos recuerda con nostalgia cómo la vida sigue después de la muerte. El cariño con el que las familias visitan a sus seres queridos llevándoles comida y poniendo sus fotos es una gran enseñanza para los niños y para nosotros mismos.


¿A qué nos invita la Iglesia en estos días?

La Iglesia nos invita a visitar a los fieles difuntos en el cementerio en estos días, es así como vivimos nuestra creencia en aquella parte del Credo en que se habla de la comunión de los santos. Hay un vínculo muy estrecho entre aquellos que están en la eternidad y nosotros que caminamos en esta tierra. Estas visitas sirven para expresarles una vez más nuestro afecto, una terapia importante para crecer en virtud, y para sentirlos todavía cercanos.

La celebración del Halloween se ha convertido en una distracción, en un disfraz que usamos para evitar la reflexión de la muerte. Dulces cuando somos niños, fiestas cuando somos grandes. Pero Coco, contrario al Halloween, nos muestra una senda de esperanza: el camino de la muerte abre las puertas a la eternidad.

La muerte es, tal vez, el tabú más grande de nuestra sociedad. Una sombra permanente que merodea. Un misterio, sin duda. Y ante esta todos, “incluso inconscientemente, buscamos algo que nos invite a esperar, un signo que nos proporcione consolación, que abra algún horizonte, que ofrezca también un futuro” (Benedicto XVI, 2011).

El temor a la muerte es tan fuerte que la humanidad, como cultura más que como individuo, se resiste a creer en la nada después de la muerte. Nos resignamos a pensar que todo lo bello y bueno que hicimos en la vida quede reducido a un epitafio en la muerte, que caiga al abismo de la nada.

Piensa en cuántos momentos, principalmente aquellos infundidos de amor, piden y requieren eternidad. “Quisiera que este momento dure para siempre”, solemos escuchar en películas románticas. Pero nuestra realidad es semejante, quisiéramos detener el tiempo, postergar esos momentos más preciados, poder volver atrás -como Adam Sandler en Click– y repetirlos una y otra vez. Es imposible pensar que la muerte lo destruya todo en un momento.

En Coco, la vida en el más allá sigue muy similar a como sucedía antes de morir. Sin embargo, existe el peligro de una “segunda muerte”, el olvido. Para los católicos, la muerte es la puerta a la eternidad. No hay nada después de ello. Algunos serán recordados por nombre propio, como es el caso de los santos, y otros serán recordados el primero y segundo de noviembre, en el día de todos los santos y de los fieles difuntos, respectivamente.

Estas celebraciones “nos dicen que solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza” (Benedicto XVI, 2011). Si quitamos la eternidad de la realidad humana, nuestra vida casi carece de sentido. “Comamos y bebamos que mañana moriremos” Ec 1,6. Cualquier esperanza que no sea la eternidad es demasiado breve, demasiado efímera. La esperanza sólo cobra sentido cuando el amor trasciende la muerte, saber que al morir nos encontraremos con Dios ha de impactar nuestra alma, y nuestras decisiones, para siempre.

Renovemos con fuerza nuestra creencia en la vida eterna visitando nuestros difuntos con amor y afecto. Recordando los buenos momentos, aprendiendo de los malos, renovando nuestra cercanía y nuestro agradecimiento. Pidamos a Cristo que siga alistando nuestras habitaciones y que la esperanza de la vida eterna, la esperanza fortalecida en el amor, en la añoranza del reencuentro con nuestro Creador y con nuestros seres queridos alimente día a día la llama de nuestros corazones.

bottom of page