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¡Cómo me dueles Colombia!

“Premio Nóbel de la paz para el presidente de Colombia Juan Manuel Santos por sus progresos en el conflicto armado”. Así rezaban los titulares de las noticias internacionales en octubre de 2017.

Hoy, 18 de enero de 2019, aún con los villancicos navideños en nuestros oídos, leemos en los titulares:  “Atentado terrorista con carro bomba en Colombia deja  21 muertos y 68 heridos en una escuela de policías de Bogotá”

Y quizá, sobre el corazón de cada colombiano se pueda leer ahora entre lágrimas la pregunta: ¿Hasta cuándo Colombia, hasta cuándo?

No critico la entrega del premio Nóbel, pues para mí, independientemente de la persona que lo recibe, es un premio al pueblo colombiano entero en su encomiable lucha por la paz.

La verdad, tras varios años sin atentados de este calibre, parecía que el sanguinario terrorismo era una historia superada…y, sin embargo, no es así. Hoy volvemos a contemplar los fantasmas del pasado: bombas, sangre, terror y lágrimas. Debemos reconocerlo: el proceso de paz no ha concluido.

Aun así, me niego a aceptar ese terrible sentimiento oscuro que invade el alma susurrándole: “no ha cambiado nada”, “seguimos siendo los mismos” o, peor aún: “estamos condenados a repetir nuestra historia”. Pero no, el mito de Sísifo es un mito, y no puede ser la realidad colombiana. La gran piedra de la guerra y de la sangre, ha retrocedido un poco, es verdad, pero solo un poco. El pueblo colombiano sigue más que nunca con fuerza empujando esa lacra social que nos azota.

¡Me dueles Colombia, me dueles! Me duele ver las imágenes de madres destrozadas y los restos mortales de jóvenes policías esparcidos por el suelo. Jóvenes soñadores que ansiaban defender a su patria y custodiar una paz duradera. Me duele ver de nuevo las banderas a media asta, los crespones y, sobre todo, me duele ver el rostro desolado de tantos colombianos que parecen perder la fe…

Pero ¿sabes qué es lo que más me duele? Me duelen las reacciones viscerales de algunos colombianos que no saben encauzar su dolor y se desahogan con publicaciones que reabren heridas y acrecientan el odio. Me duele ver que perdemos la razón y cegados por la ira contra el terrorismo de las armas, practicamos el terrorismo de lenguaje…

Me duele ver que, consciente e inconscientemente, se usa el dolor de las víctimas para hacer política. Me duele ver de nuevo un país polarizado en el cual algunos no hacen más que lanzar dardos envenenados con sabor político como si eso fuese luchar por la paz,

Me duele abrir el Twitter para buscar información o algún análisis sensato y encontrar una batalla campal entre partidos, expresidentes y ciudadanos que, desbordados por la impotencia, denigran a quienes, a su manera, quizá como tú y como yo, han luchado por la paz.

Es humano que te “hierva la sangre” pensando en los autores del crimen. Es humano también sentir impotencia y   buscar responsables.  Es coherentemente humano analizar la situación con sus causas y consecuencias para tomar las medidas adecuadas con todo el rigor posible.

Lo que no es humano es despedazarnos con insultos unos a otros en un bipartidismo ciego. No es humano aprovechar la ocasión para culpar a tu enemigo personal, para jactarte de que tenías razón cuando votaste por el “Sí o por el No” en aquel referéndum histórico que dividió a un país.  Me duele ver la ingenuidad de quien ve el conflicto de Colombia como un juego entre buenos y malos, santos y pecadores, culpables e inocentes. ¿De verdad pensamos que la solución es culpar e insultar al de al lado, atacar al gobierno presente o ridiculizar al gobierno pasado? ¿Será este el momento para herir más y sembrar cizaña por doquier?

No es humano y nunca lo será que con el olor a sangre aún caliente y en medio del llanto familiar, sembremos odio con calumnias que solo arrojan sal a las heridas.

Colombia es pasión” es el título de algunos vídeos de promoción turística de nuestro país, ¡y qué cierto es! Pasión que nos lleva a vibrar por grandes ideales, a vivir intensamente, a soñar, a emprender, a bailar, a innovar, a construir, a luchar por el bien y a amar con una entrega total.  Pero pasión que también tristemente se desborda en los momentos críticos convirtiéndose en furia y veneno que sólo polariza y destruye una nación.

Cuánto me enorgullece ver que la opinión pública y el debate crece en Colombia y cuánto me entristece a la vez que se convierta en un pulular de lamentos estériles, comparaciones anacrónicas con regímenes totalitarios y críticas soeces sin ningún argumento de base.

Afortunadamente hay muchos colombianos que, en medio de la desolación ante un atentado, no pierden la razón y no usan su Facebook o Instagram a la ligera con desahogos sin ton ni son,  sino que reflexionan, analizan y proponen sus ideas para construir una paz auténtica. Colombianos que, sin ser transigentes con el mal, comprenden que la realidad es compleja y que la solución no está en ser de Uribe o de Santos, de Duque o de Petro, sino en tender puentes entre nosotros para buscar verdades objetivas y sacar conclusiones sensatas y maduras.

Quiera Dios, que la sangre de estos jóvenes asesinados no sea motivo de odio ni excusa para hacer política. Quiera Dios que la pasión típica del pueblo colombiano sea un motor común que nos mueva a derrotar con inteligencia y sensatez al único enemigo: el terrorismo, la violencia, la guerra.

Ojalá que lo de Colombia no sea un Mito de Sísifo eterno en el cual jamás se acaba de desplazar la piedra en la ladera. Ojalá que este triste episodio sólo sea un pequeño retroceso que nos haga tomar conciencia y trabajar más duro, y que, en vez de dividirnos, estrechemos lazos y empujemos todos juntos como Sísifo esa maldita piedra con rostros de guerrillas que tanto nos ha desgarrado.

Seguimos avanzando Colombia y una cosa es cierta: ¡hoy odiamos más el terrorismo y estamos  más dispuestos a luchar contra él!

Que Dios acoja en su regazo las almas de estos jóvenes policías que hoy nos dejan. Que Él consuele a sus familias, motive a todos los colombianos e ilumine las decisiones de quienes están en el poder. Y que Él mismo tenga misericordia con los asesinos…

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