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¿Cómo ir contracorriente sin morir en el intento?

Querido lector, ponte cómodo… pues, te quiero contar una anécdota de la vida real. Permíteme omitir el nombre del protagonista, ya que no tiene relevancia en el mensaje. Ahora, sin más preámbulo, esto fue lo que sucedió:

El sol se asomaba con discreción a través del tragaluz, dejando escapar un rayo por la ranura de la ventana. El viento, que desde temprano helaba hasta los huesos, bajaba de la montaña y acariciaba las paredes, envolviendo todo a su paso. Tras concluir su minuciosa rutina, se enfundó un abrigo y salió a trabajar.

Sentado frente a la computadora, paseó su mirada por cada rincón del escritorio. Todo seguía intacto. Se incorporó a la silla y esta, al sentir el peso de su cuerpo, lo saludó con un leve rechinar. Y fue entonces, cuando lo vio. Un mensaje que decía: “¡Hola a todos! Recuerden ir a misa. Hay varios horarios a su disposición”. Enseguida consultó la hora y anunció a todas voces su deseo de asistir a la iglesia aquel día. Acto seguido, una nube de murmullos rompieron el silencio reinante.

Llegado el momento de partir, recogió sus cosas y enfiló su camino hacia la puerta de salida. Y así, como quien siente una presencia a sus espaldas, se volteó para encontrar una mirada penetrante que le acuchillaba por detrás…

Nadaremos, nadaremos

Impresionante, ¿cierto? Situaciones como esta se ven por doquier. Algunas veces, seguir a Cristo es como nadar contracorriente. Y es que, así como la película Buscando a Nemo, existen muchas “tortugas marinas” que se dejan llevar por la corriente, pero son pocos los “Nemo” y las “Dory” que luchan y nadan sin cesar.

En este mundo tan convulsionado, pareciera cada vez más evidente la necesidad o la urgencia por abrazar esa “luz al final del túnel”. Queremos tener todo al instante, al alcance de un click o un doble tap. Todo aquello que implique el menor esfuerzo es bienvenido y, a veces, hasta visto como algo lógico. Así pues, nos convertimos en autómatas; hombres masa que van, cual ganado, siguiendo a los demás sin detenerse a pensar en el “por qué” de las cosas.  

Pues, con la fe pasa algo parecido. Y es que paulatinamente se va diluyendo a causa de los prejuicios ajenos y ese miedo al “qué dirán”. Vemos cómo sin darnos cuenta, empezamos a tomar los domingos para dormir infinitamente o destinamos ese último día de la semana a calentar el sofá de la casa con la excusa de que “la serie está buenísima”. Es como si esa “onda a la que todos pertenecen” nos envolviera por completo y, susurrándonos al oído una melodía hipnótica, nos mantuviera sumidos en un letargo sin fin.

Espera, ¡no todo está perdido!

Busca tu salida

Abre los ojos, levántate y busca esa oportunidad de quiebre. En otras palabras, toma las riendas de tu vida y defiende tus creencias.

¿Cómo hago eso? Pues, es más sencillo de lo que parece. Aquí te dejo un par de tips que te pueden ayudar:

  1. Practica tu fe y mantente cerca de Cristo: ¿Te acuerdas del domingo? Pues, empieza por aquí. Ponle pausa a la serie y acude a misa con buena disposición. Escucha atentamente todo lo que allí se diga y ponlo en práctica en tu día a día.

  1. Da testimonio de vida: Esto es algo muy importante. Al actuar conforme a tus valores y principios, estás siendo un discípulo de Cristo aquí en la tierra. No tienes que darte golpes de pecho ni rasgar tus vestiduras en el proceso. A veces, las acciones más pequeñas son las que causan el impacto más grande.

  1. Juntos vamos sumando: Dios nos llama a todos de una manera muy particular. La clave está en saber escuchar y alimentar nuestra fe constantemente, para así acercar a más personas y despertarlas de su adormecimiento.

En definitiva, te invito a que seas auténtico, imita lo bueno y procura que tus acciones y palabras vayan de la mano con tus creencias.

¡No tengas miedo! El mundo necesita más valientes que vayan con la frente en alto y los pies en la tierra, a contracorriente.

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