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Conoce las reglas del juego cristiano

¿Te gustan los juegos de mesa? Recientemente en casa adquirimos uno nuevo, se llama Captain Sonar, es un juego muy interesante que involucra a dos equipos de cuatro personas cada uno, cada equipo tiene un barco y tiene que descubrir la ubicación del barco del otro equipo para atacarlo y hundirlo: es fácil, gana el primero que lo logre. El objetivo es claro, las reglas no tanto. De hecho la primera vez que se jugó aquí en casa hizo falta estudiar cuál era la dinámica, y explicar las normas para que todos supiéramos qué hacer; nos llevó un par de horas comprenderlo para poder disfrutar, pero al final valió la pena.

¿Te imaginas que pasaría si hubiéramos decidido comenzar a jugar sin comprender las instrucciones y el objetivo de juego? Desastre seguro y hubiese sido imposible disfrutar el juego.

En la vida social ocurre algo semejante. Cada sociedad exige distintas reglas y leyes, y los cristianos nos encontramos inmersos en prácticamente todas ellas. ¿Cuál es entonces la correcta relación entre el cristiano y la sociedad? ¿Cuáles son las reglas del juego? Las reglas no sólo son necesarias para garantizar el orden y los servicios, también existen para honrar la verdad y la justicia, para buscar el bien.

Podemos preguntarnos nosotros como cristianos ¿qué reglas seguimos? «¿Es lícito pagar el impuesto al César, o no?» (Mc. 12,14). Si tenemos a Dios como Padre, y a Cristo como Rey, ¿cuál es nuestra postura frente a los gobernantes del mundo y las leyes civiles?

Así como en los juegos de mesa, las reglas de la sociedad sirven para favorecer la convivencia de todos los integrantes y, al mismo tiempo, permitir que cada uno se desarrolle en plenitud. No deberíamos pensar en las reglas como fines en sí mismos, sino como los medios que permiten que todos tengamos las oportunidades de crecer. Por supuesto que el cumplimiento de las reglas es importante, pues la mayoría de las normas y leyes civiles están ahí por una razón que las justifica—idealmente todas deberían poder justificarse—, pero el ser un buen ciudadano va mucho más allá del mero comportamiento legal.

No hay ninguna ley civil, por ejemplo, que te obligue a ayudar a una persona mayor cuando se le cae la bolsa con las compras. Pero sí hay una ley por encima que nos dice que debe hacerse: el bien debe hacerse siempre. Ninguna ley, ni civil ni espiritual, nos obliga a hacer mal, y no debe ser así.

Las reglas del juego son siempre para ganar, ¿imaginas un juego de mesa en donde se incluyan las reglas para perder? Sería absurdo, ¿quién querría leer eso? Además, cualquier jugador inteligente busca la forma de ganar y sabe que debe evitar cualquier cosa diferente.

¿Te has fijado que las reglas nos ayudan a encontrar el bien y la verdad?, las reglas, leyes o normas se establecen precisamente para buscar el bien y la verdad, y no me refiero sólo a las reglas de los juegos de mesa, o a las leyes de un país, sino a cualquier norma.

«Una ley injusta no es para nada una ley» — San Agustín

Pero para que una ley sea verdadera ley, debe servir a la verdad y al bien.

Estos dos términos —el bien y la verdad— no son exactamente equivalentes, pero sí están muy relacionados. Piensa por ejemplo cuando haces una examen: buscar el bien es buscar la verdad; una buena calificación se obtiene presentando la verdad. La experiencia nos muestra que tenemos esta tendencia innata a buscar lo bueno y verdadero; no hace falta que nos lo enseñen, es una necesidad espiritual del ser humano.

Dice San Agustín que ha conocido a muchos hombres a quienes les gusta engañar a otros, pero que jamás ha conocido a uno al que le guste ser engañado (Confesiones, Libro X, cap. XXIII). A todos nos gusta conocer la verdad, estamos diseñados para ello. En la escuela, cuando un profesor nos hace una pregunta pública, deseamos tener la verdad, y si no es así nos sentimos avergonzados, sabemos que nos falta algo que deberíamos tener.

El cristiano en la sociedad sigue siendo un buscador del bien y de la verdad; tú y yo, que conocemos a Cristo, seguimos buscando diariamente lo que es bueno y verdadero. Pero no nos basta con tener una buena comida o con conocer la verdad sobre si Sudáfrica tiene una o tres capitales. Nuestro corazón nos exige algo más, algo que no se acabe cuando deje de digerirlo, o que se me pueda olvidar. Tiene que haber un bien y una verdad inagotables.

Jesús pronunció palabras que nos dan una pista: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn. 14,6), y «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios» (Mc. 10,18), en Cristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre encontramos la Verdad y la Bondad que pueden saciar la sed infinita que hay en nuestro corazón.

Entonces, nosotros cristianos, que vivimos en el mundo, pero que sabemos que hemos sido creados para la eternidad, vivimos con una ley del espíritu que nos ayuda a entender la realidad de manera particular: «Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito» (Rm. 8, 28); pero eso no nos exime del cumplimiento de nuestras obligaciones civiles cuando se busca el bien y la verdad.

Lo ideal sería que tanto gobernantes como ciudadanos buscaran siempre, y juntos, la justicia y la paz. Es muy triste cuando se presentan situaciones en las que la ignorancia, el egoísmo o la violencia son los criterios con los que se establecen las leyes, y la verdad y el bien se dejan de lado.

El hombre de Dios tiene la misión de buscar siempre la verdad y el bien, pues ahí está Dios. A veces esto implica una lucha contra situaciones temporales complejas, pero confiamos en que la gracia de Dios prevalecerá y bendecirá nuestros esfuerzos, aunque no siempre es fácil ver cómo ocurrirá. Nuestras acciones sí que repercuten en la sociedad; nosotros los cristianos, por la experiencia de verdad, bondad y belleza que hemos hecho, tenemos la misión de transmitir eso al mundo. Cada quien tendrá que buscar la manera más adecuada de convertirse en un fermento de la sociedad en la que vive.

Éste es el juego: el objetivo es buscar la santidad y llegar al Cielo ayudando a que otros lleguen también ahí; las reglas: vivir en la Verdad y en el Bien, es decir en Cristo; la aplicación de las reglas, depende de la situación del juego. ¿Quieres jugar?

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