Como te comentaba en el artículo pasado, la generación de jóvenes a la que nos enfrentamos ya es diversa a los millennials en muchos aspectos. Los i-geners presentan nuevos desafíos especialmente para quienes nos dedicamos a colaborar en su formación. Tienen grandes cualidades y unas habilidades fabulosas que potenciar, pero al mismo tiempo poseen nuevas carencias. Al conjunto de síntomas y realidades que posee la i-generation lo he agrupado bajo el nombre del “collage effect”. Creo que un collage con sus fotografías superpuestas nos permite visualizar mejor el fenómeno al que nos enfrentamos como formadores.
Saturación
Cada 2 días aproximadamente, duplicamos la información que la humanidad poseía hasta 2003. Cada día hay más de 290 billones de mails, de ellos 80% son spam y cada día hay más de 60 mil millones mensajes de whatsapp (Sweet, Blythe, & Carpenter, 2019). Hay una omnipresencia de información pues los jóvenes de la connected generation, pasan la mitad de su día despiertos delante de una pantalla, usan el celular en promedio cada 7 minutos e incluso duermen junto a él. Quieren tanto a su celular, dependen tanto de él… ¿Qué provoca en el cerebro esta alta exposición?
Los estudios han probado que hay una creciente saturación, confusión, desenfoque, y un acceso ilimitado que no es más que un peligro ilimitado (BarnaGroup & Worldvision, 2019; Bauman, Marchal, McLain, O’Connell, & Patterson, 2014; Spencer, 2007). Está comprobada una relación inversa entre tecnología e inteligencia: a mayor exposición a la tecnología hay menos desarrollo intelectual. Enseñar algo a estos jóvenes sería como tratar de meter una toalla más en una maleta completamente llena.
¿Cuántas veces nos pasa que les pedimos algo y simplemente no lo registraron en su mente? Hay estudios que demuestran ya desde entonces que para que un millennial registrase algo, necesitaba que se lo dijeran mínimo por 5 maneras diversas.
Superficialidad
No se profundiza en tema alguno, se sabe mucho de poco, todo “les suena”, pero en realidad lo desconocen. Normalmente viven desconectados de los sucesos importantes de nuestro mundo, no leen noticias. Viven bastante distraídos al grado de desarrollar un umbral de solo 6 segundos de atención. Les es difícil mantener su atención por más de este tiempo, a este fenómeno se le conoce como desorden de déficit de atención adquirido (Chun et al. 2017). Y está ampliamente difundido entre los i-geners. Basta preguntar a cualquier profesor sobre las maniobras que tienen que hacer para captar su atención en clase y lo difícil que resulta mantener niveles de concentración por espacios más amplios.
Su forma de pensar ha llevado al desarrollo de un procesamiento paralelo que no sólo permite el multi-tasking sino que también afecta en la forma de relacionarse con los demás. Está comprobada una relación inversa entre tiempo de redes sociales y felicidad. A mayor pantalla, somos menos felices. Nuestras relaciones interpersonales son menos profundas, de hecho, los jóvenes ya pasan más tiempo en relaciones virtuales “de pantalla” que con personas cara a cara. Dedican más tiempo a escribirse mensajes que a hablar entre ellos.
Sin posiciones
Nuestros jóvenes fácilmente creen que todo es relativo a tu punto de vista y por ello no hay puntos de referencia. Son víctimas de la dictadura del relativismo de nuestra época como afirmó el Papa emérito Benedicto XVI (Benedict XVI, 2005). Ya ni se atreven a pensar que existen ciertas cosas definitivas, obligatorias o indiscutibles. La complejidad de las redes sociales en la que viven inmersos ha ido debilitando su capacidad de juicio. Mantenerte en este mundo conectado implica tiempo, etiquetas, vigilancia a lo que puedan publicar de ti, asegurar que te marquen correctamente, retocar cada foto, poner la letra adecuada, responder mensajes, etc. ¡Nada fácil! Como si la vida en sí no tuviera ya suficientes complicaciones. En un mundo tan complejo, simplemente pierdes el sentido, la referencia, la paz.
En las redes encuentras en el mismo nivel la opinión de un estudioso, de un político, de un actor o de un influencer de 15 años. La verdad parece estar vinculada a la popularidad o a la habilidad para presentarlo de manera atractiva. Lo importante es mantener seguidores, “likes”, estar etiquetado. No importa tanto si lo que se escribe es verdad, qué profundidad posee, o qué jerarquía de valores puede estarse promoviendo detrás de una publicación o estilo de vida. Todo está en el mismo plano. Recuerdo un joven al que un día le pregunté el porqué no estaba apoyando con su mamá enferma y sin mayor problema me respondió que tenía una fiesta. No era capaz de distinguir la jerarquía entre una cosa y la otra.
Sentitivización
Así se le llama una reacción neurológica ante una sobreexcitación constante. El ejemplo más claro es en la difundida droga de la pornografía. A mayor exposición se incrementa el deseo de ver más, pero al mismo tiempo va disminuyendo el deleite. El cerebro se va acostumbrando y necesita imágenes más fuertes y por mayor tiempo para sentirse satisfecho. Pero llega el punto en que no hay más. La adicción, vergüenza y frustración se disparan. Hay un estudio interesante en ratas que son estimuladas en la misma zona cerebral afectada por el uso de las redes sociales. Las ratas fueron capaces de soportar dolores crueles con tal de ser estimuladas en esa misma zona. La adicción de las redes sociales, con o sin pornografía, provocan cambios importantes en el cerebro y la conducta (Lehmann, 2017).
La cultura digital promueve un placer inmediato, reactivo, a la mano que lo único que acaba produciendo son adicciones y un hartazgo vacío y triste. Nuestros jóvenes están acostumbrados a obtener lo que quieren con un clic y en fracciones de segundos, pero conforme la vida avanza se dan cuenta de que no siempre es así y se va desarrollando una agria indiferencia. Pareciera que el mundo les ha desilusionado en su promesa de no sufrir, de tenerlo todo, de gozar infinitamente. Nada les llena, y a diferencia de los millennials, la i-generation parece estar apagada. Son la generación de la historia que menos alcohol consume, que concreta menos citas de amor, toma menos riesgos, tiene menos discusiones o peleas, sale menos, lucha menos. Lo que más caracteriza los i-geners es la indiferencia como estilo de vida. La indiferencia es la gran enfermedad de nuestro tiempo.
Divertido y placentero
El Cardenal Sarah cree que nuestra civilización piensa que está en una eterna fiesta (Sarah, Diat, & Miller, 2019). Los jóvenes también son así. Son víctimas del placer vacío, de la pérdida de tiempo sin mayor trascendencia o compromiso. Pareciera que la vida es sólo para entretenerse en lo más nuevo. Siempre ha existido el hedonismo, pero nunca ha estado tan a la mano, con gran difusión y aceptación cultural. Hay quienes dedican más de 4 horas diarias a videojuegos, algunos de los videos muy vistos en Youtube son de gatos chistosos que se caen al inodoro o se enredan con su cola. Perder el tiempo es lo más fácil que hacer en esta vida. La pornografía es la droga más consumida de nuestra época y ya hemos hablado del tiempo entregado a las redes sociales. Tenemos que afirmar que efectivamente, los i-geners no tienen tiempo libre, están muy ocupados en vivir distraídos.
Personalidad fragmentada
Originalmente le llamaron la Facebook deppression pero ahora podría llevar el nombre de cualquier red social (Sweet, Blythe, & Carpenter, 2019). El contacto habitual con las redes sociales produce una desconexión afectiva con lo real. Las personas se vuelven menos hábiles para las relaciones interpersonales por falta de empatía, carencias de comunicación, de tolerancia y de paciencia. Fácilmente se opta por una victimización como actitud de vida. La i-gen también lleva una i de individualismo pues los resultados inmediatos que nos brinda la tecnología nos llevan a depender menos del otro. Pareciera que no nos necesitamos. ¿será verdad?
La realidad es que no es así. Ese individualismo no ha producido más que aumento de los índices de depresión y ansiedad. Un 59% reportan ansiedad por tener que tomar decisiones ante el futuro y ante la posibilidad de fracasar. Otros tienen FOMO (fear of missing out), miedo a no ser considerados dentro de la dinámica de amistades de la red social. La depresión también ha aumentado. El índice de suicidio en USA de 2019 ha duplicado el de 2010. Los índices de suicido aumentan en un 35% si la persona dedica más de 3 horas diarias al internet. De hecho en USA tenemos más suicidios que homicidios cada año (BarnaGroup & Worldvision, 2019).
Todo esto ha provocado que tengamos una generación que se percibe fragmentada (41%). Una generación frágil, de cristal. La snowflake generation se siente mal, se siente vulnerable, insegura. La pandemia es sólo un agravante. Prefiere textear a encontrarse cara a cara para protegerse de ser lastimado. Aman estar virtualmente juntos (o solos…). Es una generación que prefiere seguir dependiendo de la seguridad de sus padres. Pasar tiempo con ellos y exigirles que les protejan. Prefieren coches seguros, amigos de su estilo y ambientes seguros. Para ellos la escuela, el trabajo o la familia tienen el deber de protegerlos. Se sienten víctimas de las heridas que les causan o pueden causar, fácilmente se ofenden. Son dados a acusar a los que los lastiman y sufren de miedo. En las universidades casi no hacen preguntas en clase y las denuncias por sentirse ofendidos por comentarios, han ido a la alza.
En fin, te quiero invitar a que ahora tú reflexiones qué ventajas existen en los igeners a partir de estas características.
Sígueme en: Instagram @jrvalencialc y Facebook P Jose Valencia LC
Commentaires