Si eres como yo, probablemente te cuesta muchísimo concentrarte en la misa. Y si te acostumbraste a no ir a misa en toda la cuarentena, seguramente al regresar te habrás dado cuenta de que has descubierto un nuevo significado a la palabra distracción. Es por eso que, te voy a compartir unos tips que me han servido para vivir mejor la misa de parte de uno de los más grandes teólogos de la historia de la Iglesia. Pero antes de eso, te comparto una frase de un santo que expresa lo que en realidad es la misa y su profundo valor y significado:
“Todo lo que han tributado y tributarán a Dios todos los ángeles con sus homenajes y todos los hombres con sus obras, penitencias y martirios, no podrán jamás tributar a Dios tanta gloria como la que le tributa una sola Misa; porque todos los honores de las criaturas son finitos, mientras que el honor que Dios recibe por medio de la Misa es un honor infinito, porque en ella se le ofrece una víctima de valor infinito.” —San Alfonso María de Ligorio.
Increíble, ¿no? La razón por la cual la misa es una oración de tanto valor es porque, mientras que todas nuestras demás acciones piadosas provienen en cierto sentido de nosotros (aunque cooperemos con la gracia), en la misa es Dios el que actúa y se ofrece a sí mismo. La misa no es un memorial en el sentido de algo que se hace en memoria de otra persona, como un funeral o un acto para recordar a los próceres de la independencia. Más bien es una actualización y renovación del acto de la muerte y resurrección de Cristo: se recorre el “velo” de la existencia para contemplar el sacrificio eterno de Cristo. Además, la misa es el centro de todas las demás formas de oración y de toda la vida cristiana, porque cumple perfectamente los cuatro objetivos de la oración según Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica, I-II, c.102, a.3, ad.10):
Latréutico: alabar la infinita gloria de Dios.
Propiciatorio: pedir perdón y satisfacer por nuestros pecados ante Dios.
Eucarístico: darle gracias a Dios por todos los beneficios recibidos.
Impetratorio: pedir a Dios todas las gracias que necesitemos.
San Leonardo Puerto-Mauricio, en su libro El tesoro escondido de la santa misa, toma estas cuatro finalidades del sacrificio de Cristo y propone un método para cumplirlas durante la misa. No es el único método que existe, pero es uno muy práctico y que a mí en lo personal me ha servido.
Dar gloria a Dios
Este primer deber hacia Dios se satisface en la primera parte de la misa, desde el inicio hasta el Evangelio. Personalmente se me hacía complicado este tipo de oración al principio, pero la clave es entender que le damos gloria a Dios con el simple hecho de existir, estar presentes y ser imagen suya. Es importante prestar atención en esta primera parte de la misa a las lecturas. Escuchar con atención y meditar los salmos nos puede ayudar a hacer mejor la oración de alabanza y a comprender el hecho de que somos templo del Espíritu Santo (Salmo 84,2). Nada de lo que hagamos puede darle más gloria a Dios que Él ofreciéndose a sí mismo: el Hijo, sacerdote, víctima y altar, se ofrece al Padre; y nosotros participamos de este acto durante la misa.
Pedir perdón
Entre el Evangelio y la consagración de la Eucaristía, debemos meditar en la Pasión de Cristo y cómo se entregó por nuestros pecados. Nuestra oración tiene que ser humilde como la del publicano (Lc 18,9-14), reconociendo que somos imperfectos y necesitamos de su misericordia. Así como Cristo se ofreció por nosotros, el ofertorio es el momento para presentar a Dios todo nuestro ser y abandonarnos en sus manos. Así como Cristo fue elevado en la cruz, se eleva la hostia en cada Misa renovando su sacrificio.
Dar gracias
Decía Santa Teresita de Lisieux que el alma agradecida es irresistible para Dios y que Dios no le negará ninguna gracia al alma que agradece por las que ya tiene. Desde la consagración hasta la comunión se contempla la resurrección y la victoria de Cristo, y se da gracias por todos los beneficios que hemos recibido. Desde el simple hecho de estar vivos, de tener salud, de cubrir nuestras necesidades materiales, hasta por los bienes espirituales de la fe, las gracias que Dios nos da y por el mismo regalo de la Eucaristía. Que seamos como el leproso agradecido que sí volvió a Jesús después de haber sido sanado (Lc 17,11-19).
Petición
Si estás en estado de gracia, la comunión es el momento en el cual se derraman en tu alma todas las gracias. Es el momento culmen de la vida cristiana; es cuando Cristo y su esposa, la Iglesia, se convierten en una sola carne. Santa Teresa de Ávila decía que el alma alaba a Dios si pide y espera cosas grandes de Él. Hay que comulgar con la confianza de que recibirás todo lo que pidas y te convenga ante los ojos de Dios (Mt 7,7-11). Que la comunión sea un momento íntimo de abrazo con Dios.
Tips adicionales
A continuación agrego otros tips prácticos que pueden servirte para disfrutar al máximo los beneficios de la misa.
Prepárate: la mente es como un ventilador, si lo acabas de pausar, las aspas van a seguir girando hasta que pierdan el momentum. Si acabas de entrar en la misa, y hace 5 segundos estabas hablando con alguien o viendo el celular, obviamente tu mente va a seguir en ese estado de ánimo. Si puedes, llega un tiempo antes a la iglesia, aunque sean 5 minutos, para rezar y entrar en el silencio interior.
Ten un misal: puede servir tener un misal o un leccionario (donde sólo están escritas las lecturas) para seguirle el ritmo a la misa. Averigua cuál es la traducción del misal que usan en tu parroquia o país y cómpralo o descarga una de las muchas apps que lo tienen.
Ten una intención: a veces ofrecer la misa por algún ser querido, un difunto o cualquier otra intención puede ser un buen motivador para prestar atención y sacarle el máximo provecho a la misa.
Contemplar el Calvario: como mencioné al principio, la misa es la reproducción del sacrificio de Cristo en el Calvario. Es difícil domar la imaginación, pero si esta está ocupada con una imagen mental, es más fácil evitar que divague con la primera preocupación o idea que te surja en la cabeza.
Cierra los ojos: puede sonar obvio, pero disminuir el input sensorial que te llega por la visión te puede ayudar a concentrarte más en las palabras durante las lecturas, y no distraerte con la señora con peinado chistoso o el gato que acaba de entrar al templo. Nada más ten la precaución de no quedarte dormido (por experiencia propia).
Agradece al final: cuando acabe la misa, quédate arrodillado aunque sea 5 minutos más dando gracias a Dios por el don inmerecido que es la Eucaristía. Creo que si de algo sirvió la cuarentena y la privación de los sacramentos, fue para providencialmente dejarnos apreciar cuán inmerecidos son los sacramentos y lo mucho que nos hacen falta. Que no dejemos de tener sed por ellos para recibirlos con el mayor fervor.
Por último, no te estreses si, aun teniendo en cuenta todo esto, te cuesta concentrarte en misa. ¡La misma Santa Teresita de Lisieux se quedaba dormida durante la comunión! Y eso no impidió que fuera santa. Al final la vida espiritual no depende tanto de nuestros esfuerzos, sino de la acción del Espíritu Santo en nuestras almas cooperantes. Lo máximo que podemos hacer es tener toda la disposición, y Dios pone lo que falta.
Si te interesa saber más sobre el tema, te recomendamos la siguiente bibliografía:
El tesoro escondido de la Santa Misa, San Leonardo de Porto Mauricio
La cena del Cordero, Scott Hahn
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