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La obsesión por el sexo y el cristianismo

En diciembre de 2017 nos pasaron una lista de las palabras más solicitadas en los buscadores de New Fire y The Bible Corner. Estas fueron las diez más buscadas:

  1. Masturbación

  2. Porno

  3. Placer

  4. Porn

  5. Sexo

  6. Pornografía

  7. Juan Pablo II

  8. Biblia

  9. Pecado

  10. Halloween

¿Qué refleja la estadística de esta búsqueda?

Me resultó evidente el interés prevalente por la moral, sobre todo por la moral sexual. Reflexioné en el hecho de que los jóvenes buscan razones para vivir algunas exigencias prácticas del cristianismo, pues sin duda no son fáciles en medio de un mundo que empuja en sentido contrario. Recordaba que a menudo se percibe el cristianismo como un estilo de vida lleno de preceptos asfixiantes y que, por eso, a veces se identifica con una moral que tendría que ser menos oprimente y adaptarse de una vez por todas a los tiempos actuales.

Constataba también que muchas veces se ha caído en dos tipos de empobrecimiento. El primero es un moralismo que ha pretendido identificar la fe cristiana exclusivamente con la moral. Y el segundo, derivado de ese mismo moralismo, es una obsesión por la moral sexual. Reconozco que a este doble empobrecimiento han contribuido no poco los pastores de la Iglesia. El Papa Francisco afrontaba con sinceridad este asunto en una entrevista que concedió en los primeros meses de su pontificado:

«No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo no he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar» (Entrevista de Antonio Spadaro al Papa Francisco, 19 de agosto de 2013).

Y el Papa invitaba más adelante a concentrarse en lo esencial, en el anuncio evangélico que puede atraer y apasionar:

«Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Sólo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales» (Entrevista de Antonio Spadaro al Papa Francisco, 19 de agosto de 2013).

Si no es la moral, ¿cuál es la esencia del cristianismo?

Por ello, tratando de responder a la propuesta de encontrar un nuevo equilibrio, quisiera recordar algunos aspectos fundamentales de nuestra fe cristiana.

Primero, reafirmo tres cosas que he querido transmitir con las reflexiones anteriores:

– El cristianismo no es una moral, aunque sí implica una moral.

– La moral no se reduce al sexo: por ejemplo, entre los diez mandamientos de la ley Dios, nada más el sexto y el noveno tienen que ver con la sexualidad.

– Con una mayor conciencia de la esencia de nuestra fe se puede iluminar mejor la moral cristiana.

En segundo lugar, es conveniente ampliar los horizontes de nuestra vida cristiana tal como se nos ofrece en sus fuentes genuinas. Una pista primordial la encontramos en la Sagrada Escritura, palabra de Dios revelada, escrita en palabras humanas y que nos llega a través de su Iglesia (te recomiendo entrar en The Bible Corner para profundizar más). Otra pista importante es el Catecismo de la Iglesia Católica, estructurado en torno a los cuatro pilares de nuestra fe: el Credo, los sacramentos, los mandamientos y la oración (te invito aquí a enterarte un poco más del Catecismo).   

Pero más allá de estos textos y enseñanzas valiosas, que en la práctica podrían quedar en letra muerta sin una experiencia interior, el núcleo del cristianismo es una persona real y viva: Jesucristo. Así es, somos cristianos porque seguimos a Cristo y en Él tenemos que centrar nuestra vida sin perdernos en cosas secundarias. Muy bien nos enseñaba el Papa Benedicto XVI en su primera carta encíclica:

«Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»  (Deus caritas est, n. 1).

Esta persona es Jesucristo, Dios y hombre verdadero, el rostro concreto que Dios nos ha mostrado. Él es el comienzo, el centro y el fin de nuestra fe cristiana. Él nos espera y ya nos ama infinitamente, incluso si todavía no lo conocemos y no lo amamos. Él nos busca aunque nosotros no lo busquemos y nos perdamos en otras cosas. En el encuentro personal y amoroso con Jesucristo está la esencia del cristianismo. De este encuentro no podemos salir indiferentes en nuestro comportamiento. Entonces asumiremos las consecuencias morales de nuestra fe en todos los ámbitos de nuestra vida, incluido el sexo. Y así podremos ampliar los horizontes de la moral cristiana, sin quedarnos en la obsesión por los temas sexuales, y la viviremos porque creemos en Cristo y queremos amarlo.

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