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¿En qué se parecen la vida y el desierto? Aquí la respuesta

Hace algún tiempo una persona me regaló una tarjeta, en ella escribió lo siguiente “Que la estrella de Belén sea la que ilumine el largo desierto de tu vida…” Esta frase en el momento que la leí me llamó la atención y no me refiero a la razón sino que el corazón se volcó hacia estas palabras, preguntándome qué quería decir la frase “el largo desierto de tu vida”.

Verdaderamente estas palabras tocaron las fibras de mi corazón y comencé a reflexionar acerca del desierto de mi vida ¿Eran alentadoras estas palabras o era un aviso acerca de la aridez que encontraría más adelante? ¿Por qué me invitaba a caminar por mi desierto?

A partir de este momento me di a la tarea de conocer más sobre el desierto, descubrí qué podía aprender de él, de hecho la vida religiosa nace precisamente cuando algunos hombres se van a vivir en la soledad del desierto para vivir de manera radical una vida ascética y de oración, un lugar propicio para el encuentro con Dios pero primeramente con uno mismo.

El desierto en la Historia de la Salvación

El desierto en la tradición bíblica tiene un lugar de suma importancia, en él ocurren sucesos importantes que determinaron el desarrollo de la Historia de la Salvación. En él, Yavéh se revela a su pueblo escogido (Ex. 3, 1-2; 19, 1-3.16-25), este pueblo también comete ahí sus grandes infidelidades; recordemos cuando hacen el becerro de oro (Ex 32, 16). El desierto es un lugar de desolación (Jr 17, 6),  sin embargo de ahí viene también la salvación (Is 35, 1-10. Mc 1, 1-4).

Yavéh mismo hace ir a su pueblo por el desierto para hablarle al corazón (Os 2, 16-18). Es un lugar donde uno puede recobrar el aliento, recuperar las fuerzas perdidas (1Re 19, 1-9) también donde se vive la angustia y la desesperación (Ex 17, 1-7). Un lugar donde se vive la  tentación de volver al confort y seguridad que antes se tenía (Nm 14, 1-10), el lugar donde Jesús mismo es tentado (Mt 4, 1-11). En sí, en él se vive la ambigüedad misma, se viven extremos, se da lo uno como lo otro.

El desierto en la vida cotidiana

En el desierto la vida pasa aparentemente en completa tranquilidad y monotonía, pero, aquel observador perspicaz, al mirar las dunas que se forman, se dará cuenta que cada grano de arena es movido por el viento. En ciertos momentos puede llegar la apariencia de que nada cambia, que todo es igual; bastaría observar con detenimiento alrededor, y ver qué granos de arena son los que se están moviendo, a dónde van.

En el desierto existen muchos peligros de muerte, ella siempre está al acecho de aquel que no sabe cómo sobrevivir en él. Cualquier descuido puede ser fatal. En el desierto de nuestra vida también existen algunos peligros que están a nuestro asecho, esperando algún descuido para embestirnos. Por tanto debemos ser, como lo propone Jesús, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas (Mt 10, 16). Debe existir un justo equilibrio entre éstas.

Espejismos en el desierto

Otro peligro permanente son los espejismos que hacen creer en ciertas cosas que se ven, pero en realidad no existen. Santa Clara de Asís en una de sus cartas dice:

“No te dejes fascinar por el esplendor del mundo, que pasa como una sombra; que no te engañe con sus falsas apariencias.”

El cansancio de recorrer el desierto, la poca agua y el hambre que llega a padecer el alma hacen que estos espejismos se vuelvan realidad, es necesario pedir a Dios que haga brotar agua de alguna piedra para encontrar ese refresco tan anhelado.

En un ambiente árido existen lluvias muy espontáneas, pueden pasar años entre una y otra, pero basta un poco de agua para hacer germinar semillas que llevaban mucho tiempo esperando un poco de este líquido vital, lo que por años parecía un árido valle en un momento se transforma en un paisaje verde. Ni la sequedad ni la abundancia son eternas, nada es eterno, puede que solo falte un poco de agua para que alguna semilla que está dentro pueda vivir.

Lugar de encuentro

Es poco común que alguien vaya a ningún lado. Todos aquellos que comienzan un camino se trazan primeramente un lugar de llegada. Nadie podría vagar sin un lugar a dónde llegar. En la tarjeta que me dieron dice “Que la estrella de Belén sea la que ilumine…” . Hay que recordar que esta estrella es la que guió a los sabios de oriente hacia el niño Jesús, hacia el Amor. Ellos no viajaban sin destino. Pese a las adversidades que pudieron encontrar en el camino, la soledad del desierto que atravesaron, sabían que al final iban a encontrarse con  Él.

El gozo y esperanza que representaba el nacimiento de este Rey debió ser un aliciente en su vida. El caminar ufanado que llevaban no permitía que tropezarán sus pies. Esta misma estrella aún nos sigue guiando en el desierto que estamos caminando, solo hay que recordar hacia dónde nos está llevando, saber que al final estará su rostro. Contemplaremos por fin a Dios cara a cara.

A través del encuentro con uno mismo se logra el encuentro con Dios, la soledad y el silencio  eternos que nos ofrece el desierto son necesarios para este encuentro. Nunca he estado en un desierto como tal geográficamente hablando, no sé si algún día lo esté, pero no puede ser ajeno. Quizá nunca estemos ahí, así que hay que traerlo a nuestro corazón.

Caminar sin temor

Pese a los peligros y demás cosas que no son tan alentadoras, debemos reconocer la belleza que nos ofrece el desierto: los paisajes, aventuras, puestas de sol, la noche con puntitos de luz, la luna iluminando nuestro caminata nocturna… Son buenos motivos que tiene esta experiencia de Dios; la Estrella de Belén nos estará conduciendo a lo que anhelan nuestros ojos contemplar.

No hay caminos fijos en los desiertos, la arena siempre está en constante movimiento, no sabemos qué caminos estaremos recorriendo más adelante, lo que sí podemos saber es que siempre estaremos en nuestro desierto.

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