No sé si a alguno le pasó: eras pequeño y estabas ilusionado por hacer tu primera comunión, fuiste a misa todos los domingos, te confesabas, te aprendiste las oraciones necesarias y al llegar el gran día sentiste cómo Dios entró a tu alma. No sabías mucho qué sentir y tampoco querías distraerte con nada. Pero en la medida que pasa el tiempo, es posible que vayamos perdiendo la ilusión. Vamos creciendo y vamos formando nuestros propios criterios, esa ilusión de “nunca pecar para no ofender a Dios” se va perdiendo y nos acercamos a una etapa complicada de la vida.
Llega la adolescencia y puedes tomar dos caminos: seguir a Cristo coherentemente o ser “católico light”, católico a tu medida. En esa época de la adolescencia, vamos formando nuestros propios criterios y a la vez vamos definiendo quiénes somos. Pero creo que todo se complica aún más cuando pasas la barrera de los 25 y llegas a la “adultez”.
Hace un par de semanas una de mis amigas hizo el recordatorio en el típico grupo de whatsapp que estábamos cumpliendo 20 años de haber hecho la primera comunión. ¡20 AÑOS! A lo que enseguida surgió en mi interior la pregunta, ¿cómo me acerco hoy en día yo a Jesús Eucaristía?
Haciéndome esa pregunta vino a mi mente también una conversación que tuve una vez con otra amiga, que me decía que el día de su primera comunión le pidió a Jesús, que cada vez que lo recibiera en su vida, fuera como la primera vez. Por eso quiero compartirte algunos consejos o recomendaciones al momento de acercarte a la Eucaristía:
Ponte en presencia de Dios
Es muy fácil decirlo, pero es una realidad que tenemos que esforzarnos. Si lo vemos meramente desde el lado racional o humano, estamos frente a un pedacito de pan. Pero en el interior sabemos que ahí en ese pedacito de pan se encuentra Dios mismo que quiso quedarse con nosotros.
Por eso te invito a que cuando te vayas a acercar a recibir la comunión o simplemente estés haciendo una visita al Santísimo, en tu interior puedas repetir alguna jaculatoria que te prepare o ubique en el misterio que tienes delante. Alguna de las que te recomiendo son:
¡Señor mío y Dios mío, yo creo en ti pero aumenta mi fe!
¡Jesús confío en ti!
Evita distraerte
Este consejo va sobre todo para cuando uno se encuentra en la fila de comunión. Muchas veces vas en la fila y vemos a personas saludándose, hablando, compartiendo lo que harán después… trata de centrarte en lo esencial, incluso si es necesario pasar de último o de primero para no distraerte hazlo.
Una vez de niña me ponían el ejemplo de cómo está uno cuando va a presentarse en público, ¿cómo son esos minutos previos? O incluso… si vas a conocer a alguien importante ¿cómo te comportas a la puerta de la oficina, salón, etc?
Uno está en silencio, nervioso, lleno de expectativas, ilusiones… pues esto da paso al tercer consejo: es Jesús quien nos espera.
Jesús en quien te espera
No es cualquier persona, es el Rey de reyes, Dios mismo se hace pan para entrar en ti y tener una intimidad nunca antes pensada.
Es cierto que muchas veces la fe nos falla, pero recordemos que esta es un don y que cuando sintamos que estamos fallos de fe, tenemos que pedirla.
María, prepara nuestro corazón
¿Quién mejor que María Santísima para preparar nuestro corazón para recibir a Jesús? Ella tuvo en su vientre a Jesús, lo conoció mejor que nadie y experimentó esa cercanía incomparable.
Ella como madre es la indicada para preparar nuestro corazón para recibir a Jesús, pidámosle a ella que nos ayude.
A lo que todos huyen
Por último y no menos importante, recuerda que para poder recibir a Jesús en la Eucaristía debemos haber pasado por la confesión sacramental. Cuando digo sacramental es que eso de “me confieso directamente con Dios” no vale y debemos cumplir con lo estipulado por la Iglesia.
Para finalizar te invito por un momento a recordar cómo fue tu primera comunión, qué sentiste, qué escuchaste en tu corazón ese día. Tal vez no recuerdes nada o tal vez para ti no significó un momento importante; pero de lo que sí estoy segura es que aunque no lo veamos o entendamos, el día de nuestra primera comunión marcó un antes y un después.
Recordar la ilusión con la que nos acercamos a Jesús por primera vez o ver la ilusión de nuestros hermanos, primos, etc, deben darnos una lección de fe para los que hemos crecido y se nos ha olvidado lo esencial.
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