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Nunca se me va a olvidar cuando hace más de 13 años comenzamos a escuchar las primeras canciones de reggaetón que llegaban a Colombia. Algunas de ellas eran tranquilas, se podría decir que hasta tiernas –“Mis ojos lloran por ti”, “Todavía me acuerdo de ti”, etc.- y otras, en cambio, tenían un tipo de ternura distinta  – “Felina”, “Gata fiera”, etc.

Resultaba ser un cambio bastante drástico pasar en cinco años de escuchar “arroz con leche me quiero casar…” a “Gata fiera, a mí no me vas a aruñar…”, es cierto.  Pero también es cierto que todo el mundo cantaba estas canciones y, por tanto, resultaba natural que nosotros también lo hiciéramos.

Sé que muchos deben estar pensando: “¡Genial! Este es uno de esos artículos mojigatos en que me van a prohibir escuchar la música que me gusta”. Espero que sigan leyendo y se den cuenta que en realidad no es así.

La música y la cultura

No soy experto en música, ni mucho menos, pero me atrevería a decir que prácticamente todas las culturas, a lo largo de la historia, han tenido distintas manifestaciones musicales, ya sea por instrumentos, canto o simplemente por organizar sonidos de forma armoniosa.

Podemos pensar en la música y ver en ella una manera de conectarnos con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás y con Dios. En ocasiones escuchamos una canción y recordamos momentos guardados en el pasado, momentos de gran alegría y hasta momentos de dolor. A veces solemos tener una melodía o una frase pegada por días, incluso por meses y reproducir una y otra vez una canción para saciar esas ganas de escucharla.

La música que nos gusta habla mucho de quiénes realmente somos. Si te gustan las canciones románticas, tal vez una balada o un bolero, y las escuchas una y otra vez soñando que te suceda lo que narran las canciones, probablemente no seas el tipo de persona que se comporta como un patán durante una cita. Aunque si, por el contrario, te gusta el reggaetón y sueñas con que te suceda lo que narran las canciones, probablemente no vivas muy según San Lucas.

No quiere esto decir que si un día mientras estás bailando suena una canción de moral distraída y descubres que te sabes la letra y que, además, la estás cantando eres un completo – o una completa- mundana. Simplemente vale la pena pensar qué tipo de música es la que escuchamos.

¿Cómo saber si lo que escucho vale la pena?

Si al escuchar una canción, sea cual sea el género, nos damos cuenta que la letra es ofensiva, vulgar, o simplemente va en contra de lo que nosotros creemos o pensamos, ¿realmente vale la pena seguir escuchándola?

Es cierto que muchas veces resultan pegajosas, que el ritmo o la rima nos gustan y podemos llegar a pensar: “hey, es solo una canción, no quiere decir que crea o me guste nada de lo que dicen”. Esto es cierto, de hecho muchas veces es así. Sin embargo, escuchar letras de canciones que van en contra de nuestros valores es estar completamente limpio en un cuarto sucio, por más limpios que estemos, poco a poco algo de esa suciedad se irá quedando.

¿Cuál es la conclusión?

Mi invitación con este artículo es a buscar adquirir gustos musicales que nos permitan, como decía el Papa Benedicto XVI, apreciar la belleza para que podamos apreciar la Belleza (nótese que se refiere a Dios), y no perder el tiempo llenando nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro tiempo con mensajes que van en contra de nuestros valores y que, a la hora de la hora, no nos aportan nada. Si vamos a cantar o bailar un mensaje, ¡que sea uno que valga la pena!  

“Si no vives como piensas acabarás pensando como vives” – Blaise Pascal  

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